“He aquí que Jesús viene a su encuentro”
Son muchos los que creen en la resurrección de Jesús, pero son pocos los que tiene de ella una visión clara. ¿Y cómo los que no lo han visto pueden adorar a Cristo como a Santo y como a Señor? En efecto, está escrito: “Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1C 12,3), y también: “Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,24)… ¿Cómo es, pues, que el Espíritu Santo hoy [en la liturgia] nos mueve a decir: “Hemos visto la resurrección de Cristo. Adoremos al Santo, al Señor Jesús, al único sin pecado”? ¿Cómo nos invita a afirmarlo como si lo hubiéramos visto? Cristo ha resucitado una sola vez, hace mil años, y tampoco entonces nadie le vio resucitar. ¿Acaso la divina Escritura nos quiere hacer mentir?
¡Jamás de la vida! Al contrario, nos exhorta a ser testigos de la verdad, esta verdad en la que en cada uno de nosotros, sus fieles, se reproduce la resurrección de Cristo, y ello no sólo una vez, sino cuando, en cada hora por así decir, el Maestro en persona, Cristo, resucita en nosotros, vestido totalmente de blanco y fulgurante con los rayos de la incorruptibilidad y de la divinidad. Porque el luminoso acontecimiento del Espíritu nos hace entrever, igual que aquella mañana, la resurrección del Maestro, o más bien nos hace el favor de verle a él mismo, al mismo resucitado. Por eso cantamos: “El Señor es Dios, él nos ilumina” (sl 117,27), y aludiendo a su segunda venida, añadimos: “Bendito el que viene en nombre del Señor” (v 26). Es de manera del todo espiritual, por su mirada espiritual que se presenta y se hace ver. Y cuando, por obra del Espíritu Santo, esto se realiza en nosotros, él nos resucita de entre los muertos, nos vivifica y nos da de verle a él mismo, enteramente, viviendo en nosotros, él, el inmortal e imperecedero. Nos hace la gracia de poderle conocer claramente, a él que nos resucita con él y nos hace entrar con él en la gloria.
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