jueves, 26 de marzo de 2020

VÍA CRUCIS

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él

Jesús nos mira y suscita el llanto de la conversión


V/.Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
R/.Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


Lectura del Evangelio según san Lucas 23, 27 – 31


Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

Jesús, el Maestro, sigue formando nuestra humanidad a lo largo del Camino del Calvario. Encontrando a las mujeres de Jerusalén acoge con su mirada de verdad y misericordia las lágrimas de compasión derramadas sobre él. Dios, que ha llorado sobre Jerusalén, educa ahora el llanto de esas mujeres para que no se quede en una estéril conmiseración externa. Las invita a reconocer en él la suerte del inocente injustamente condenado y quemado, como leño verde, como «castigo saludable». Les ayuda a que examinen el leño seco del propio corazón y experimenten, así, el dolor benéfico de la compunción.

Brota aquí el llanto auténtico, cuando los ojos confiesan con las lágrimas no sólo el pecado, sino también el dolor del corazón. Son lágrimas benditas, como las de Pedro, signo de arrepentimiento y prenda de conversión, que renuevan en nosotros la gracia del Bautismo.



Humilde Jesús,
en tu cuerpo sufriente y maltratado,
denigrado y escarnecido,
no sabemos reconocer
las heridas de nuestra infidelidad
y de nuestras ambiciones,
de nuestras traiciones y de nuestras rebeliones.
Son heridas que gimen
e invocan el bálsamo de nuestra conversión,
mientras nosotros hoy ya no sabemos llorar
por nuestros pecados.

Ven, Espíritu de la Verdad,
¡derrama sobre nosotros el don de la Sabiduría!
En la luz del amor que salva
danos el conocimiento de nuestra miseria,
«las lágrimas que deshacen la culpa,
el llanto que merece el perdón».

Padre Nuestro...



Oh, Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor,
contigo quiero llorar.



Extracto del Himno Stabat Mater
Fuente: Vaticano

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