V
PARTÍCIPES EN LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO
20. Los textos del Nuevo Testamento expresan en muchos puntos este concepto. En la segunda carta a los Corintios escribe el Apóstol: « En todo apremiados, pero no acosados; perplejos, pero no desconcertados; perseguidos, pero no abandonados; abatidos, pero no aniquilados, llevando siempre en el cuerpo la muerte de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro tiempo. Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal... sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará...».
San Pablo habla de diversos sufrimientos y en particular de los que se hacían partícipes los primeros cristianos « a causa de Jesús ». Tales sufrimientos permiten a los destinatarios de la Carta participar en la obra de la redención, llevada a cabo mediante los sufrimientos y la muerte del Redentor. La elocuencia de la cruz y de la muerte es completada, no obstante, por la elocuencia de la resurrección. El hombre halla en la resurrección una luz completamente nueva, que lo ayuda a abrirse camino a través de la densa oscuridad de las humillaciones, de las dudas, de la desesperación y de la persecución. De ahí que el Apóstol escriba también en la misma carta a los Corintios: « Porque así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación ». En otros lugares se dirige a sus destinatarios con palabras de ánimo: « El Señor enderece vuestros corazones en la caridad de Dios y en la paciencia de Cristo ». Y en la carta a los Romanos: « Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa y grata a Dios: este es vuestro culto racional ».
La participación misma en los padecimientos de Cristo halla en estas expresiones apostólicas casi una doble dimensión. Si un hombre se hace partícipe de los sufrimientos de Cristo, esto acontece porque Cristo ha abierto su sufrimiento al hombre porque Él mismo en su sufrimiento redentor se ha hecho en cierto sentido partícipe de todos los sufrimientos humanos. El hombre, al descubrir por la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre al mismo tiempo en él sus propios sufrimientos, los revive mediante la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y con un nuevo significado.
Este descubrimiento dictó a san Pablo palabras particularmente fuertes en la carta a los Gálatas: « Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí ». La fe permite al autor de estas palabras conocer el amor que condujo a Cristo a la cruz. Y si amó de este modo, sufriendo y muriendo, entonces por su padecimiento y su muerte vive en aquél al que amó así, vive en el hombre: en Pablo. Y viviendo en él —a medida que Pablo, consciente de ello mediante la fe, responde con el amor a su amor —Cristo se une asimismo de modo especial al hombre, a Pablo, mediante la cruz. Esta unión ha sugerido a Pablo, en la misma carta a los Gálatas, palabras no menos fuertes: « Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo ».
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