«He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo»
El Hijo ha dado a conocer el Nombre del Padre no tan sólo revelándolo y dándonos una enseñanza exacta sobre su divinidad –porque todo esto ya se había proclamado, a través de la Escritura inspirada, antes de la venida del Hijo- sino también enseñando que no solamente es verdadero Dios, sino también verdadero Padre, y calificado verdaderamente así al tener en sí mismo y engendrando fuera de sí mismo a su Hijo, coeterno con su naturaleza.
El nombre de Padre es propiamente más adecuado a Dios que el nombre de Dios: éste es un nombre de dignidad, aquél significa una propiedad substancial. Porque decir Dios es decir el Señor del universo. Pero el que le da el nombre de Padre precisa la propiedad de la persona: quiere decir que es él el que engendra. Que el nombre de Padre es más propio y más adecuado que el de Dios, el mismo Hijo nos lo enseña por el uso que hace de él. No dijo a veces; «yo y Dios» sino: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30). Y dijo también: «Es el Hijo a quien el Padre, Dios, ha sellado con su sello» (Jn 6, 27).
Pero cuando dijo a sus discípulos que bautizaran a todas las naciones, dijo expresamente que se hiciera, no en el nombre de Dios, sino en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
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