San Antonio de Padua (1195-1231) franciscano, doctor de la Iglesia Sermones para el domingo y las fiestas de los santos
«Bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad»
«Siguió bajo su autoridad». Ante estas palabras, que todo orgullo se hunda, que todo lo rígido se derrumbe, que toda desobediencia se someta. «Siguió bajo su autoridad». ¿Quién ? Aquel que con una sola palabra lo creó todo de la nada. Aquel que, como dice Isaías, «midió los mares con el cuenco de la mano, y abarcó con su palmo la dimensión de los cielos, metió en un tercio de medida el polvo de la tierra, pesó con la romana los montes, y los cerros con la balanza» (40,12). Aquel que, como dice Job: «sacude la tierra de su sitio, y se tambalean sus columnas; a su veto el sol no se levanta, y pone un sello a las estrellas; es autor de obras grandiosas, insondables, de maravillas sin número» (9,6-10)... Es él, tan grande, tan poderoso el que «siguió bajo su autoridad». ¿Bajo la autoridad de quién? De un obrero y de una pobre virgen.
¡Oh «el primero y el último»! (Ap 1,17). ¡Oh, el que es cabeza de los ángeles, bajo la autoridad de hombres! ¡El Creador del cielo bajo la autoridad de un obrero; el Dios gloria eterna bajo la autoridad de una virgen pobre! ¿Se ha visto jamás cosa semejante? ¿Se ha oído nunca cosa parecida?
Entonces, no dudéis en obedecer, en someteros a la autoridad... Bajar, venir a Nazaret, estar bajo autoridad, obedecer perfectamente: ahí está toda la sabiduría... Esto es ser sabio con sobriedad. La simplicidad pura es «como el agua de Siloé que fluye en silencio» (Is 8,6). Hay personas sabias en las órdenes religiosas; pero es a través de hombres sencillos que Dios se ha dignado unirse a nosotros. Dios «ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable» para, a través de ellos, unirse «a los que eran sabios en lo humano, poderosos, y aristócratas», «para que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor» (1C 26-29) sino en el que descendió, vino a Nazaret y estaba bajo la autoridad de otros.
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