“Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”
Cuando el Dios invisible se dirigió al hombre, apareciendo bajo una forma visible, cuando el Eterno empleó un lenguaje temporal y el Inmutable profirió palabras frágiles, cuando dijo “Yo soy el que soy” (Ex 3,14) (…), agregó al nombre de su sustancia el nombre de su misericordia. (…). Como si Dios hubiera dicho a Moisés: “No comprenderás la palabra “Yo soy el que soy”. Tu corazón no está firme, no eres inmutable como yo y tu espíritu tampoco lo es. Has escuchado quien soy. Escucha lo que puedes comprender, lo que puedes esperar”.
Dios dijo también a Moisés: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob” (Ex 3,15). No puedes captar el nombre de mi sustancia, entiende entonces el de mi misericordia. Soy eterno. Abraham, Isaac y Jacob son eternos, pero no simplemente eternos sino devenidos eternos, devenidos eternos gracias a Dios”.
Es con estas palabras que el Señor confundió a los Saduceos, cuando ellos negaban la resurrección. Les citó entonces el testimonio de la Escritura.
“Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? El no es un Dios de muertos, sino de vivientes” (Mc 12,26-27). Todos ellos viven.
Cuando Dios dijo (…) “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”, agregó “Este es mi nombre para siempre y así será invocado en todos los tiempos futuros” (Ex 3,15). Como si expresara “¿Por qué temes la muerte del hombre? ¿Por qué temes no existir más después de la muerte? He aquí mi nombre por la eternidad. El nombre “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”, no sería eterno si Abraham, Isaac y Jacob no vivieran eternamente”.
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