"El prodigio del amor de Dios"
Mis hermanos, si consideramos todo lo que ha hecho Dios -el cielo y la tierra, el buen orden que reina en este vasto universo- todo nos anuncia una potencia infinita que ha creado todo, una sabiduría admirable que gobierna todo, una bondad suprema que provee todo con la misma facilidad que si estuviera ocupada en un solo ser. Tantos prodigios sólo pueden llenarnos de asombro y admiración.
Si hablamos del sacramento adorable de la Eucaristía, podemos decir que es la evidencia del prodigio de amor que tiene Dios por nosotros. En ella prorrumpen su poder, gracia y bondad de forma extraordinaria. Podemos afirmar que verdaderamente es el pan bajado del cielo, pan de los ángeles, que nos es dado para alimento de nuestras almas. Este pan de los fuertes nos consuela y suaviza las penas. Es el “pan de los viajeros”, mis hermanos, la llave que nos abrió el cielo.
“El que me reciba tendrá la vida eterna, el que no me reciba, morirá. El que recurra a este banquete sagrado hará nacer en él una fuente que brotará hasta la vida eterna” (cf. Jn 6,53-54), dice el Salvador.
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