«Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió»
Sin duda que la dimensión más evidente de la Eucaristía es la de una comida. La Eucaristía nació al atardecer del Jueves santo, en el contexto de la cena pascual. En su misma estructura lleva, pues, inscrito el sentido de la convivialidad: «Tomad, comed (...). Después, cogiendo la copa (...), y se la pasó diciendo: bebed todos de ella» (Mt 26, 26.27). Este aspecto expresa bien la relación de comunión que Dios quiere establecer con nosotros y que nosotros mismos debemos también hacer crecer unos con otros.
De todas maneras no se puede olvidar que la comida eucarística tiene también un sentido primordial, profundamente y ante todo, sacrificial. Cristo, en ella, nos presenta de nuevo el sacrificio llevado a cabo de una vez por todas en el Gólgota. Estando presente en ella como Resucitado, lleva consigo las marcas de su Pasión de la que cada misa es el «memorial», tal como nos lo recuerda la liturgia en la aclamación de después de la consagración: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Señor Jesús...». La Eucaristía, al mismo tiempo que nos hace presente el pasado, nos hace mirar hacia el futuro, hacia el retorno de Cristo al final de los tiempos. Este aspecto «escatológico» da al Sacramento eucarístico una dinámica que pone en marcha la vida cristina y le da el hálito de esperanza.
Todas estas dimensiones de la Eucaristía se juntan en un aspecto que, más que los demás, pone a prueba nuestra fe, a saber, el del misterio de la presencia "real". Nosotros, con toda la tradición de la Iglesia, creemos que Jesús está realmente presente bajo las especies eucarísticas. (...) Es su misma presencia que da a todas las demás dimensiones –comida, memorial de la Pascua, anticipación escatológica- una significación que es mucho más que un puro simbolismo. La Eucaristía es misterio de presencia a través del cual se realiza de manera eminente la promesa de Jesús de quedarse entre nosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20).
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