San Juan María Vianney (1786-1859) presbítero, párroco de ArsSermón para el Vº Domingo de Pascua (Sermons de Saint Jean Baptiste Marie Vianney, Curé d'Ars, II, Ste Jeanne d'Arc, 1982)
El poder de la oración
El motivo que debe llevarnos a recurrir a la oración, es que todo resulta para nuestro beneficio. El buen Dios quiere nuestra felicidad y él sabe que sólo la oración puede procurarlo. Además, mis hermanos, ¡qué mayor honor para una vil criatura -como nosotros- que Dios quiera abajarse hasta ella, permaneciendo con ella familiarmente como un amigo con su amigo! Vean la bondad de su parte al compartir nuestras preocupaciones, nuestras penas. Ese buen Salvador se apresura a consolarnos, a sostenernos en nuestras pruebas o, mejor dicho, sufre por nosotros. Díganme, mis hermanos, el no rezar, ¿no sería querer renunciar a nuestra salvación y a nuestra felicidad sobre la tierra? Porque sin la oración sólo podemos ser infelices y con la oración estamos seguros de obtener todo lo que nos es necesario para el tiempo y la eternidad, como vamos a verlo.
Digo primeramente, mis hermanos, que todo es prometido a la oración y, en segundo lugar, que la oración obtiene todo cuando ella está bien hecha. Es una verdad que Jesucristo nos repite casi en cada página de la Sagrada Escritura. La promesa de Jesucristo es formal: “Pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá…Todo lo que pedirán a mi Padre en mi Nombre, lo obtendrán si lo piden con fe” (cf. Mt 7,7; 21,24). Jesucristo no se contenta con decirnos que la oración bien hecha lo obtiene todo. Para convencernos, lo asegura con promesa “Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16). Según las palabras del mismo Jesucristo, me parece mis hermanos, que sería imposible dudar del poder de la oración.
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