«¿Por cuál de las obras buenas me queréis apedrear?
«Os exhorto por la misericordia de Dios» (Rm 12,1). Pablo pide, o mejor dicho, Dios nos exhorta por medio de él. El Señor se presenta como quien ruega porque prefiere ser amado que temido, y le agrada más mostrase como Padre que aparecer como Señor... Escucha lo que pide el Señor: «Alargué mis manos todo el día» (Is 65,2). ¿No es alargando las manos que habitualmente uno pide? «He alargado las manos». ¿Hacia quién? « Hacia el pueblo» ¿Qué pueblo? Un pueblo no sólo que no cree sino «rebelde». «He alargado las manos»: abre sus brazos, dilata su corazón, presenta su pecho, ofrece su seno, hace de todo su cuerpo un refugio, para mostrar a través de esta súplica hasta qué punto es padre. En otra parte escucha a Dios que pide: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he entristecido?» (Mi 6,3). ¿No ha dicho: «Si mi divinidad os es desconocida, ¿no reconoceréis mi carne? ¡Mirad, mirad en mí vuestro cuerpo, vuestro miembros, vuestras entrañas, vuestra sangre! Si teméis lo que es de Dios ¿por qué no amáis lo que es vuestro? Si huis del Señor, ¿por qué no corréis hacia el Padre? Pero quizá sea la inmensidad de mi pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. ¡No temáis! Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no la pierdo, la derramo por vosotros. "Venid, pues, retornad, y comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa ternura por tales heridas."
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