¿Cuál es el gran mandamiento?
¿Qué es, Señor, lo que mandas a tus siervos? "Cargad, nos dices, con mi yugo". ¿Y cómo es este yugo tuyo? "Mi yugo, añades, es llevadero y mi carga, ligera". ¿Quién, no llevará de buena gana, un yugo que no oprime, sino que anima; una carga que no pesa, sino que reconforta? Con razón añades: " y encontraréis vuestro descanso" (Mt 11,29). ¿Y cuál es este yugo tuyo, que no fatiga sino que da reposo? Por supuesto aquel mandamiento, el primero y el más grande: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón". ¿Qué más fácil, más agradable, más dulce que amar la bondad, la belleza y el amor, todo lo cual eres tú, Señor Dios mío? ¿Acaso no prometes además un premio, a los que guardan tus mandamientos "más preciosos que el oro y más dulce que la miel del panal"? (Sal. 18,11) Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice tu apóstol Santiago: "El Señor preparó la corona de vida para aquellos que lo aman" (1,12)… Y así dice san Pablo, inspirándose en el profeta Isaías: " Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman " (1Co 2,9) En verdad, es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios, perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso, si no lo alcanzas, eres un desdichado.
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