“Estad preparados.”
Nuestro Señor nos ha hecho esta advertencia en el momento en que estaba a punto de dejar este mundo, por lo menos de dejarlo visiblemente. Preveía los cientos de años que podían transcurrir antes de su retorno. El conocía su propio destino, el del Padre; dejar gradualmente este mundo y su propio curso, retirando poco a poco las prendas de su presencia misericordiosa. Preveía el olvido en que caería, incluso entre sus discípulos...Preveía el estado del mundo y de la Iglesia tal como los vemos hoy, donde su ausencia prolongada ha hecho creer que ya no volvería nunca más... Hoy, nos susurra al oído con gran misericordia que no nos fiemos de aquello que vemos, que no participemos en la incredulidad general, que no nos dejemos arrastrar por el mundo, sino de “velar y orar en todo tiempo” (Lc 21,36) y de esperar su venida. Este aviso misericordioso tendría que estar siempre en nuestro corazón por ser tan necesario, solemne y urgente. Nuestro Señor había anunciado su primera venida; y sin embargo, fue una sorpresa cuando apareció. Volverá de modo más imprevisto aun en su segunda venida, sorprenderá a los hombres, pues no ha dicho nada sobre el espacio de tiempo que media antes de su vuelta y nos encomienda la vigilancia y la guarda de la fe y del amor. .. No debemos sólo creer sino velar; no sólo amar sino velar; no sólo obedecer sino velar. Velar ¿porqué? Por el gran acontecimiento de la venida de Cristo. Nos parece un deber particular esta invitación a velar, no sólo creer, temer, amar y obedecer, sino también velar; velar por Cristo, velar con Cristo.
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