jueves, 30 de enero de 2020

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 31 de Enero - "Los pájaros del cielo pueden cobijarse y anidar en ellos"


       San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia 
      Comentario al evangelio de san Lucas, VII, 183s

“Los pájaros del cielo pueden cobijarse y anidar en ellos”

    El mismo Señor es un grano de mostaza… Si Cristo es un grano de mostaza, ¿cómo es que es el más pequeño y cómo crece? No es en su naturaleza, sino en su apariencia que llega a ser grande. ¿Queréis saber cómo es el más pequeño? “Lo vimos sin figura ni belleza” (Is 53,2). Enteraos porque es el más grande: “Es el más bello de los hombres” (Sl 44, 3). En efecto, el que no tenía belleza ni esplendor ha llegado a ser superior a los ángeles (Hb 1,4) sobrepasando la gloria de todos los profetas de Israel… Es la más pequeña de todas las simientes, porque no vino con realeza, ni con riquezas, ni con la sabiduría de este mundo. Ahora bien, como un árbol, desarrolló de tal manera la cima elevada de su poder que decimos: “Bajo su deseada sombra me senté” (Ct 2,3).

    Me parece que, a menudo, parecía al mismo tiempo árbol y grano. Es grano cuando se dice de él: “¿No es este el hijo de José el carpintero?” (Mt 13,55). Y sin embargo es en este mismo contexto que, de repente, crece…: “¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría?” (v. 54). Es pues grano en su apariencia, árbol por su sabiduría. En la frondosidad de sus ramas podrán descansar con seguridad el pájaro de noche que tiene en ellas su morada, el pájaro solitario en el tejado (Sl 101,7), el que ha sido elevado hasta el paraíso (2C 12,4), el que “será elevado en los aires por encima de las nubes” (1Tm 4,17). Allí descansan todas las potestades y los ángeles de los cielos y todos aquellos a quienes sus acciones espirituales han permitido tomar el vuelo. San Juan reposó en ellas cuando se reclinó sobre el pecho de Jesús (Jn 13,25)…

    Y nosotros “que estábamos lejos” (Gal 2,13), reunidos de entre las naciones, mucho tiempo bamboleados por las tempestades del espíritu del mal en el vacío del mundo, desplegando las alas de las virtudes dirigiremos nuestro vuelo hacia ellas para que la sombra de los santos nos proteja del calor insoportable de este mundo. Retomamos ya la vida en la paz y la seguridad de esta estancia desde el momento en que nuestra alma, encorvada anteriormente bajo el peso de los pecados, es “liberada, como el pájaro, de la red del cazador” (Sl 123, 7, y se ha trasladado hasta las ramas y los montes del Señor (cf Sl 10,1).

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