Cartas (“François de Sales, docteur de la confiance et de la paix”, H. Lemaire, Beauchesne, 1963);
“¡Confianza! Soy yo”
Todas las naves tienen una brújula con una aguja marina, que gracias a un imán mira siempre hacia la estrella polar. Mismo si el barco va hacia el sur, la aguja de la brújula no deja de mirar a su norte. Lo mismo (…), la fina punta del espíritu mira a su Dios, que es su norte. (…) Ustedes van a tomar el alta mar del mundo. No cambien por eso de brújula, ni de mástil, ni de vela, ni de ancla, ni de viento. Tengan siempre a Jesucristo por brújula y a su cruz por árbol, sobre la que extienden sus resoluciones como si fueran velas. Que su ancla sea una profunda confianza en Él y sepan acudir a la hora prevista. ¡Que para siempre el viento propicio de las inspiraciones celestes pueda inflar, más y más, las velas de su embarcación y los haga llegar felizmente al puerto de la santa eternidad! (…) Todo lo que esté perturbado, se puede revertir, no sólo alrededor nuestro sino en nosotros. Es decir, que no importa que nuestra alma esté triste o alegre, sienta suavidad o amargura, esté en paz o turbada, iluminada o en tiniebla, en tentación o reposo, en gusto o disgusto, con sequedad o con ternura, que el sol la queme o el rocío la refresque. Siempre la punta de nuestro corazón, de nuestro espíritu, de nuestra voluntad superior -que es nuestra brújula- deben mirar sin cesar y tender perpetuamente hacia el amor de Dios.
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