miércoles, 8 de enero de 2020

EL CANON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

NUEVO TESTAMENTO


Contexto histórico

    El Apocalipsis es un libro que refleja confidelidad los avatares del tiempo, particularmente la acometida del imperio romano contra la Iglesia naciente, en variadas formas de persecución o relegación. El autor ha visto en los signos de aquellos tiempos de ostracismo y persecución la antítesis de dos mundos irreconciliables, da testimonio de este enfrentamiento a muerte entre la Iglesia cristiana y el imperio romano y de la lucha permanente entre dos ciudades: la nueva Jerusalén y Babilonia. 
    El Apocalipsis es el libro del testimonio cristiano: de los mártires, de los que no han adorado a la fiera ni a su imagen, de los que han sido excluidos, perseguidos y matados. Este libro comporta una denuncia contra la idolatría del imperio, que pretende erigirse como dios y exige la adoración a sus adeptos. Muchas de sus difíciles expresiones son inteligibles desde este trasfondo histórico. Sus frecuentes aclamaciones litúrgicas a Jesucristo (6,8; 12,10; 13,10; 15,4) son una réplica cristiana a los himnos paganos que tributaban una gloria al emperador, concretamente a Domiciano (81-96), quien se creía un dios y exigía culto divino.

Autor 

    Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. En la actualidad seguimos uniendo este libro al «cuerpo joánico» (obras del apóstol Juan), pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan. 
    De una somera lectura, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras otros autores apocalípticos se esconden en nombres ilustres del pasado –Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc–, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).


Destinatarios, fecha y lugar de composición 

    Los destinatarios inmediatos son las siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que el autor se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a una gran persecución. El autor intenta prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16s; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto? Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90. 
    Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis, la manifestación plena de nuestro Señor: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).


El Apocalipsis, memoria viva de nuestros mártires 

    El libro quiere mantener vivo el recuerdo de nuestros mártires (2,13; 6,9-11; 7,9-17; 11,7-10; 13,15; 16,5s; 17,6; 18,24; 20,4), quienes dieron testimonio de su fe al igual que el Cordero degollado; y vencieron gracias a la sangre del Cordero (12,11). El Apocalipsis suscita una tremenda actualidad en algunos contextos de nuestro mundo, especialmente en América Latina, Asia y África, tierras regadas por la sangre del testimonio cristiano. Hacer memoria viva de nuestros mártires constituye uno de los más hondos cometidos del libro. El primer mártir fue Jesucristo: el Apocalipsis es el único libro del Nuevo Testamento que lo llama «testigo fidedigno» (1,5; 3,14), en estado absoluto; y tras de él y con él, multitud de mártires, quienes cumplen los preceptos de Dios y conservan el testimonio de Jesús (12,17b).


El Apocalipsis, un libro-compromiso 

    El Apocalipsis es una obra subversiva contra los poderes de todo imperio (el romano en la época en que fue escrito, y a continuación, todo imperio opresor y todo sistema imperialista), que persigue y masacra al pueblo empobrecido por no secundar los valores (o contra-valores) que engañosamente presenta. El Apocalipsis no es un escrito evasivo, apto para soñar y desentenderse de la realidad, sino para acrecentar el compromiso de nuestra fe, que debe ser lúcida, libre de esclavitudes y operante en el servicio del amor.


El Apocalipsis, el libro de la esperanza de la Iglesia ante el misterio de la iniquidad. 

    El Apocalipsis cristiano no es un libro ingenuo, fantástico, para entretener la imaginación o para dar rienda suelta a los sueños. Está anclado en la más dura realidad; vive en la historia y la padece. El libro ofrece una lúgubre simbología que permite ver el dominio de las fuerzas del mal: la violencia, la injusticia social y la muerte cabalgan a lomos de caballos desbocados (6,3-8). También ofrece cuadros de pesadillas, como el de la plaga de las langostas (9,3-12) y la caballería infernal (9,13-21). Se asombra con pesar de la presencia devastadora del mal en la historia y descubre el origen demoníaco de tantas ramificaciones negativas. 
    La Iglesia sufre persecución, es martirizada en sus miembros; también la humanidad sufre la opresión de los poderosos. El Apocalipsis está escrito con la sangre de muchas víctimas. ¡Su lectura merece respeto sagrado! Es el libro de la consolación universal. La historia tiene un destino que no acaba ni en el caos, ni en la barbarie, sino felizmente, cumplidamente: el reino de Dios. El libro muestra que ese reino se va haciendo presente en esta tierra de fatigas e irrumpirá en todo su esplendor con el advenimiento de la nueva Jerusalén, y vendrá como don de Dios para premio y consuelo de la Iglesia de todos los tiempos.


Contenido 

    El libro comienza con una grandiosa autopresentación de Jesucristo resucitado, Señor y dueño de la historia (1,17s) que tiene un mensaje para la Iglesia universal (20). Este mensaje está contenido en las cartas a las siete Iglesias de Asia (2s), en las que Jesucristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela: llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina. Después de las siete cartas, el tema de conjunto (4–22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama. La victoria de Jesucristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final de la obra tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

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