Visita de los pastores y circuncisión de Jesús
Dios, en su bondad, no ha tenido a menos el nacer de una mujer, aunque el mismo que se debía formar en ella era, él mismo, la vida. Ahora bien, si la madre no hubiese permanecido virgen, este nacimiento no hubiera tenido nada de sorprendente; simplemente habría nacido un hombre. Pero puesto que ella permaneció virgen incluso después del nacimiento, ¿cómo no se trataría, pues, de Dios y de un misterio inexplicable? Nació de manera inefable, sin mancha alguna, él, que más tarde entrará sin dificultad alguna, cerradas todas las puertas, y ante quien Tomás, contemplando la unión de sus dos naturalezas, exclamará: “Mi Señor y mi Dios” (Jn 20,28).
Por amor a nosotros, el que por naturaleza es incapaz de sufrir se expuso a numerosos sufrimientos. Cristo no llegó a ser Dios poco a poco; ¡de ninguna manera! Sino que siendo Dios, su misericordia hacia nosotros le impulsó a hacerse hombre, tal como nos lo enseña la fe. No predicamos a un hombre que llegó a ser Dios, sino que proclamamos a un Dios hecho carne. Escogió por madre a su esclava, él que por naturaleza no conoce madre y que, sin padre, se encarnó en el tiempo.
Por amor a nosotros, el que por naturaleza es incapaz de sufrir se expuso a numerosos sufrimientos. Cristo no llegó a ser Dios poco a poco; ¡de ninguna manera! Sino que siendo Dios, su misericordia hacia nosotros le impulsó a hacerse hombre, tal como nos lo enseña la fe. No predicamos a un hombre que llegó a ser Dios, sino que proclamamos a un Dios hecho carne. Escogió por madre a su esclava, él que por naturaleza no conoce madre y que, sin padre, se encarnó en el tiempo.
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