jueves, 28 de noviembre de 2019

PREPARÁNDONOS PARA EL ADVIENTO

TIEMPO PARA PREPARARSE Y ESTAR EN GRACIA 
PARA VIVIR CORRECTAMENTE LA NAVIDAD


    La palabra Adviento procede del latín adventus, y significa venida: la venida inminente de algo o alguien que está al llegar y que, además, esperamos ardientemente.

    El Adviento es tiempo de espera, espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal. Es también tiempo de conversión, conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este Tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (Mt 3, 2). Y es también tiempo de esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cf. Rom 8, 24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, que la promesa se convierta en posesión, la fe en visión y lleguemos a ser semejantes a Cristo, aquel que viene, porque le veremos tal cual es (cf. 1Jn 3, 2).

    Por tanto, en el Adviento celebramos el misterio de la Venida del Señor en una actitud gozosa, hecha de vigilancia, espera y acogida. Nuestra vida se presenta, con asombro siempre nuevo, ante el misterio entrañable de un Dios que se ha hecho hombre. Es este un misterio que el Adviento prepara, la Navidad celebra y la Epifanía manifiesta.

    La norma litúrgica vigente en la Iglesia establece que: el tiempo de Adviento comienza con las primeras Vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre o el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras Vísperas de Navidad. (NUALC, 40). En este tiempo hay generalmente cuatro domingos que se denominan domingo I, II, III, IV de Adviento (NUALC, 41). 


Espiritualidad del adviento

    Como se decía al principio, la liturgia del adviento invita a la comunidad cristiana a vivir determinadas actitudes esenciales a la expresión evangélica de la vida: la vigilante y gozosa espera, la esperanza, la conversión.

    La actitud de espera caracteriza a la iglesia y al cristiano, ya que el Dios de la revelación es el Dios de la promesa, que en Cristo ha mostrado su absoluta fidelidad al hombre (cf. 2 Cor 1,20). Como dirá san Pablo, ahora vemos “como en un espejo”, pero llegará el día en que “veremos cara a cara” (1 Cor 13,12). La iglesia vive esta espera en actitud vigilante y gozosa. Por eso clama: “Maranatha: Ven, Señor Jesús” (Ap 22,17.20).

    A pesar de que el Adviento es un tiempo marcado en la Iglesia, podemos decir sin temor a equivocarnos que toda la vida del cristiano está llamada a ser un constante Adviento, una espera siempre abierta de Aquel que vino, que viene y que vendrá, por eso San Bernardo habla de un Adviento triple. Entre la venida de Cristo en la encarnación, y su venida para el juicio final, se da ahora su venida al cristiano por la inhabitación. Este adviento presente «es oculto y espiritual, y de él habla el Señor cuando dice: “si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14,23) (cf. San Bernardo, Sermón Adviento III,4).



Algo que no debes olvidar

    Es lamentable que la sociedad de consumo intente con sus propagandas en estos días eclipsar el verdadero espíritu litúrgico del Adviento. Que el gozo espiritual se manifieste también en cosas externas y materiales no está reñido con el sentido litúrgico de este tiempo; pero sí lo está con el desbordamiento que esto tiene en nuestros días.

    Por eso nos haría bien encontrar el significado original y verdadero de este maravilloso tiempo, que nos es dado ante todo para preparar nuestros corazones para recibir al Señor, que quiere venir a nosotros y entrar más adentro de nuestras vidas. Limpiemos la casa de nuestra conciencia con el sacramento de la penitencia. Acrecentemos estas semanas la oración, la limosna, las buenas obras y sobre todo el deseo del Salvador, que ya viene, y que nos trae nuevas luces y gracias.

    En este tiempo nos ayudará recordar y profundizar continuamente las expresiones habituales de la esperanza cristiana que se contienen en la liturgia de todos los días y que nuestros labios repiten, quizá de manera casi inadvertida habitualmente («Venga tu reino», «Ven, Señor Jesús», «Mientras esperamos tu venida», «Bendito el que viene en nombre del Señor», etc.). Porque el cristiano dejaría de serlo si no esperara y pidiera la venida del Señor -del Mesias, del Cristo- y su presencia cada vez más intensa: por ello la liturgia cristiana repite cada día -no sólo en Adviento- diversas expresiones de esperanza. Pero no siempre estas expresiones se viven con la intensidad que tienen en sí mismas. El Adviento es una buena ocasión para revitalizarlas.

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