Martes 14 de agosto de 1979.
Jesús nos enseña el modo justo para entrar en el reino de los cielos. Cuenta el evangelista San Mateo que “Jesús llamando a sí a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en el reino de los cielos” (Mt18, 2-4).
Esta es la respuesta desconcertante de Jesús: ¡la condición indispensable para entrar en el reino de los cielos es hacerse pequeños y humildes como niños!
Está claro que Jesús no quiere obligar al cristiano a permanecer en una situación de infantilismo perpetuo, de ignorancia satisfecha, de insensibilidad ante la problemática de los tiempos. Al contrario. Pero pone al niño como modelo para entrar en el reino de los cielos non el valor simbólico que el niño encierra en sí:
— ante todo, el niño es inocente, y el primer requisito para entrar en el reino de los cielos es la vida de “gracia”, es decir, la inocencia conservada o recuperada, la exclusión de pecado, que siempre es un acto de orgullo y de egoísmo;
— en segundo lugar, el niño vive de fe y de confianza en sus padres y se abandona con disposición total a quienes le guían y le aman. Así el cristiano debe ser humilde y abandonarse con total confianza a Cristo y a la Iglesia. El gran peligro, el gran enemigo es siempre el orgullo, y Jesús insiste en la virtud de la humildad, porque ante el Infinito no se puede menos de ser humildes; la humildad es verdad y es, además, signo de inteligencia y fuente de serenidad;
— finalmente, el niño se contenta con las pequeñas cosas que bastan para hacerle feliz: un pequeño éxito, una buena nota merecida, una alabanza recibida le hacen exultar de alegría.
Para entrar en el reino de los cielos es preciso tener sentimientos grandes, inmensos, universales; pero es necesario saberse contentar con las pequeñas cosas, con las obligaciones mandadas por la obediencia, con la voluntad de Dios tal como se manifiesta en el instante que huye, con las alegrías cotidianas que ofrece la Providencia; es necesario hacer de cada trabajo, aunque oculto y modesto, una obra maestra de amor y perfección.
¡Es necesario convertirse a la pequeñez para entrar en el reino de los cielos! Recordemos !a intuición genial de Santa Teresa de Lisieux, cuando meditó el versículo de la Sagrada Escritura: “El que es simple, venga acá” (Prov 9, 4). Descubrió que el sentido de la “pequeñez” era como un ascensor que la llevaría más de prisa y más fácilmente a la cumbre de la santidad: «¡Tus brazos, oh Jesús, son el ascensor que me debe elevar hasta el cielo! Por esto no tengo necesidad en absoluto de hacerme grande; más bien es necesario que permanezca pequeña, que lo sea cada vez más» (Historia de un alma, Manuscrito C, cap. X).
"Significado de hacerse “niño"
Jesús nos enseña el modo justo para entrar en el reino de los cielos. Cuenta el evangelista San Mateo que “Jesús llamando a sí a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en el reino de los cielos” (Mt18, 2-4).
Esta es la respuesta desconcertante de Jesús: ¡la condición indispensable para entrar en el reino de los cielos es hacerse pequeños y humildes como niños!
Está claro que Jesús no quiere obligar al cristiano a permanecer en una situación de infantilismo perpetuo, de ignorancia satisfecha, de insensibilidad ante la problemática de los tiempos. Al contrario. Pero pone al niño como modelo para entrar en el reino de los cielos non el valor simbólico que el niño encierra en sí:
— ante todo, el niño es inocente, y el primer requisito para entrar en el reino de los cielos es la vida de “gracia”, es decir, la inocencia conservada o recuperada, la exclusión de pecado, que siempre es un acto de orgullo y de egoísmo;
— en segundo lugar, el niño vive de fe y de confianza en sus padres y se abandona con disposición total a quienes le guían y le aman. Así el cristiano debe ser humilde y abandonarse con total confianza a Cristo y a la Iglesia. El gran peligro, el gran enemigo es siempre el orgullo, y Jesús insiste en la virtud de la humildad, porque ante el Infinito no se puede menos de ser humildes; la humildad es verdad y es, además, signo de inteligencia y fuente de serenidad;
— finalmente, el niño se contenta con las pequeñas cosas que bastan para hacerle feliz: un pequeño éxito, una buena nota merecida, una alabanza recibida le hacen exultar de alegría.
Para entrar en el reino de los cielos es preciso tener sentimientos grandes, inmensos, universales; pero es necesario saberse contentar con las pequeñas cosas, con las obligaciones mandadas por la obediencia, con la voluntad de Dios tal como se manifiesta en el instante que huye, con las alegrías cotidianas que ofrece la Providencia; es necesario hacer de cada trabajo, aunque oculto y modesto, una obra maestra de amor y perfección.
¡Es necesario convertirse a la pequeñez para entrar en el reino de los cielos! Recordemos !a intuición genial de Santa Teresa de Lisieux, cuando meditó el versículo de la Sagrada Escritura: “El que es simple, venga acá” (Prov 9, 4). Descubrió que el sentido de la “pequeñez” era como un ascensor que la llevaría más de prisa y más fácilmente a la cumbre de la santidad: «¡Tus brazos, oh Jesús, son el ascensor que me debe elevar hasta el cielo! Por esto no tengo necesidad en absoluto de hacerme grande; más bien es necesario que permanezca pequeña, que lo sea cada vez más» (Historia de un alma, Manuscrito C, cap. X).
No hay comentarios:
Publicar un comentario