Catequesis: El hombre de la hora undécima Catequesis bautismal, 13.
«Amigo, no te hago ninguna injusticia»
Uno de los ladrones crucificados con Jesús exclamó: «¡Acuérdate de mi, Señor! Es ahora que me dirijo a ti… No te voy a decir mis obras porque me hacen temblar. Cualquier hombre se siente bien dispuesto hacia su compañero de camino, y aquí me tienes como compañero de camino hacia la muerte. Acuérdate de mi, tu compañero de viaje, no ahora, sino cuando llegues a tu Reino» (Lc 24,42).
¿Cuál es el poder que te ha iluminado, buen ladrón? ¿Quién te ha enseñado a adorar así al que es despreciado y crucificado contigo? ¡Oh luz eterna que iluminas a los que viven en tinieblas! (Lc 1,79) «Ánimo… En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso, puesto que hoy has escuchado mi voz y no se te ha endurecido el corazón (Sal 94,8). Porque Adán desobedeció, pronto fue expulsado del huerto del paraíso… Tú que hoy obedeces a la fe, hoy serás salvado. Para Adán, el árbol fue ocasión de caída; a ti, el árbol te hace entrar en el paraíso…
Oh gracia inmensa e inexpresable: Abraham, el fiel por excelencia, no había todavía entrado cuando entra el ladrón. Pablo se siente lleno de estupor y dice: «¡Allí donde creció el pecado, más desbordante fue la gracia!» (Rm 5,20). Los que habían trabajado todo el día, no habían entrado todavía en el Reino, y a él, el hombre de la hora undécima, se le admite sin hacerle esperar. Que nadie murmure contra el dueño: «No hago ninguna injusticia a nadie. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?» El ladrón quiere ser justo…, me basta su fe… Yo, el pastor, he encontrado la oveja perdida, y la cargo sobre mis hombros (Lc 15,5) porque ella me ha dicho: «Me he equivocado, pero acuérdate de mi, Señor, cuando llegues a tu Reino».
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