lunes, 29 de abril de 2019

SANTORAL - SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO

30 de Abril


    Como San Juan Bosco, San Luis Orione y San Leonardo Murialdo, San José Benito Cottolengo vino al mundo en el Piamonte, una región marcada por los avatares trágicos de la Revolución Francesa, donde en el siglo XIX llevó a cabo una heroica labor en pro del desamparado y el necesitado. El 3 de mayo de 1786 vino al mundo en la pequeña población de Bra, provincia de Cuneo, José Benito Cottolengo, el primero de los doce hijos de un comerciante de lanas y de una devota y piadosa dama piamontesa de quien aprendió los principios de la Fe cristiana.

    La infancia y adolescencia del muchacho estuvieron marcadas por los avatares trágicos de la Revolución Francesa, que estremeció al Piamonte casi tanto como a la misma Francia, y por la posterior invasión napoleónica que sujetó toda Europa a su dominio.

    Encontrándose su tierra sometida al imperio francés, José Benito debió cursar sus estudios sacerdotales en la clandestinidad y como no le resultaron fáciles se encomendó a Santo Tomás de Aquino. ¡Su intercesión ante Dios fue tan eficaz que aprobó con éxito todos los exámenes!

    El 8 de junio de 1811 fue ordenado sacerdote en la capilla del seminario de Turín y al poco tiempo se lo designó vice párroco de Corneliano d’Alba. Doctorado en Teología en 1816, fue convocado a integrar la Congregación de los Canónicos de la iglesia de Corpus Domini en Torino (Turín), pero rápidamente comenzó a sentir una profunda insatisfacción por lo que suponía era una suerte de inacción de su parte. En esas circunstancias comenzó a profundizar y meditar sobre las grandezas de la vida y las enseñanzas de San Vicente de Paul, actitud que, según sus biógrafos lo condujo a una madurez espiritual sin precedentes.

    Fue entonces que ocurrió un hecho que habría de marcarlo para toda la vida. El 2 de septiembre de 1827, una humilde mujer de origen francés que viajaba desde Milán a Lyon con su esposo y sus tres hijos, llamó a las puertas de su parroquia en busca de auxilio. La mujer, gravemente enferma, se hallaba en el sexto mes de embarazo y necesitaba urgente atención. Benito al verla en ese estado la condujo en su carruaje hasta el cercano hospital de tuberculosos con la intención de que la atendiesen lo más rápidamente posible pero, grande fue su sorpresa cuando sus autoridades le manifestaron que no estaban en condiciones de hacerlo por tratarse de una extranjera que no reunía los requisitos legales para ser internada. Además, dada su extrema pobreza, no podía costearse ningún tratamiento. De inmediato, partió Benito rumbo a otro nosocomio, el Hospicio de Maternidad, donde obtuvo los mismos resultados. Afligido, hizo nuevos intentos en otras instituciones sanitarias pero todo fue en vano: la pobre mujer expiró en sus brazos tras una larga agonía y mucho sufrimiento.

    Grande fue su desconsuelo, tremendo su dolor; dolor que se tornó insoportable al ver los rostros desolados del marido y los tres niños, ahora huérfanos. «Esto no puede volver a ocurrir. Debo hacer algo para que la gente desamparada tenga un sitio al que acudir», pensó Benito, atormentado por el recuerdo de la mujer muerta en sus brazos. El 17 de enero de 1828 José Benito Cottolengo alquiló a un particular una sencilla habitación frente a la iglesia parroquial y en ella instaló cuatro camas, abriendo de esa manera un pequeño hospital llamado la «Valle Rossa». Lo asistían el médico Lorenzo Granetti y el farmacéutico Pablo Anglesio, bajo la atenta dirección de doña Mariana Nasi Pullini, rica viuda de la región que efectuó los primeros aportes a la naciente obra, llamada en un primer momento Damas de la Caridad. La institución fue creciendo y al cabo de tres años contaba con 210 internados y 170 asistentes. Necesitado de más colaboración, el P. Benito fundó una congregación dedicada exclusivamente a prestar asistencia al nosocomio recientemente fundado y designó superiora a Mariana Nasi.

    En 1831 estalló una epidemia de cólera que azotó ferozmente a Turín. Las autoridades, temerosas de que el hospital se convirtiese en un centro de propagación del temible flagelo, ordenaron clausurarlo y dejaron una vez más a los pobres enfermos totalmente desamparados.

    Lejos de amilanarse, Cottolengo se encaminó al barrio de Valdocco, por entonces en las afueras de la ciudad, y allí fundó la Pequeña Casa de la Divina Providencia«La caridad de Cristo nos anima». que, andando el tiempo, habría de convertirse en un magnífico hospital con capacidad para 10.000 pacientes. Y sobre sus puertas mandó esculpir las palabras de San Pablo.

    Su fuerza de espíritu y la ayuda de almas caritativas le permitieron inaugurar nuevos pabellones que engrandecieron considerablemente el establecimiento. Así vieron la luz la Casa de la Esperanza, la Casa de la Fe, la Casa de Nuestra Señora y el Arca de Noé, donde fueron internados pacientes de extrema pobreza. El pabellón denominado Amigos Queridos fue destinado a los enfermos mentales, siguiéndole el de los huérfanos, los inválidos, los desamparados y los sordomudos.

    Tal fue la grandeza y amplitud de la obra que un escritor francés de visita en Turín en aquellos días manifestó asombrado: «Esto es la universidad de la caridad cristiana».

    El Padre José Benito Cottolengo, agotado de tanto trabajar, murió a los 56 años el 30 de abril del año 1842, cerca de Turín, Italia. Sus últimas palabras antes de morir fueron aquellas del salmo 122: "Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor". El Papa Pío XI lo declaró santo en 1934, junto con su gran amigo y vecino, San Juan Bosco.

    Su “Pequeña Casa” se amplió enormemente y con el tiempo se fue conociendo como “la ciudad del amor y de la caridad”. El Papa Pío IV la llamaba “La Casa del Milagro”.

    Don Orione se inspiró en San José Benito Cottolengo cuando comenzó a abrir hogares donde cobijar a las personas con discapacidad. Denominó a cada una de ellas “Pequeño Cottolengo”, en honor al santo precursor. En prueba evidente su grandeza, cada 30 de abril la Iglesia celebra a San José Benito Cottolengo.

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