«Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.»
San Pedro, uno de los apóstoles, se hizo culpable ante el Señor porque negaba conocerle, y no sólo esto, lo maldecía, blasfemaba, asegurando que no sabía de quien le hablaban (Mt 26,69). ¡Qué golpe para el corazón de Nuestro Señor! ¡Ah, pobre Pedro, qué dices y qué haces! No sabes quien es, aquel que te llamó en persona para que fueras su apóstol, tú que habías confesado que él era el Hijo de Dios vivo (Mt 16,18). ¡Ah, hombre miserable, cómo te atreves a decir que no sabes quien es! ¿No es aquel que hace poco estaba delante de ti para lavarte los pies, que te alimentó con su cuerpo y su sangre?
¡Que nadie presuma de sus buenas obras ni piense que no tiene nada que temer, ya que San Pedro aunque había recibido tantas gracias y había prometido acompañar al Señor a la prisión y a la muerte, ahora lo negaba ante una simple insinuación de una camarera.
San Pedro, oyendo cantar el gallo, se acordó de lo que había hecho y lo que le había dicho su buen Maestro. Y reconociendo su falta salió y lloró amargamente y recibió el perdón de todos sus pecados. ¡Oh, bienaventurado Pedro, por esta contrición recibiste el perdón general de tu gran deslealtad frente al Señor!… Sé que fueron las miradas sagradas de Nuestro Señor que penetraron tu corazón y te abrieron los ojos para reconocer tu pecado…. Desde entonces, no dejó de llorar, principalmente cuando oía cantar al gallo por la noche y en la madrugada… Por este medio, de gran pecador se convirtió en un gran santo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario