domingo, 7 de abril de 2019

LITURGIA DE LAS HORAS - OFICIO DE LECTURA



TIEMPO DE CUARESMA
LUNES DE LA SEMANA V
Del Propio del Tiempo. Salterio I

8 de abril

OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. A Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió, venid, adorémosle.

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: ESTE LARGO MARTIRIO DE LA VIDA

Este largo martirio de la vida,
la fe tan viva y la esperanza muerta,
el alma desvelada y tan despierta
al dolor, y al consuelo tan dormida;

esta perpetua ausencia y despedida,
entrar el mal, cerrar tras sí la puerta,
con diligencia y gana descubierta
de que el bien no halle entrada ni salida;

ser los alivios más sangrientos lazos
y riendas libres de los desconciertos,
efectos son, Señor, de mis pecados,

de que me han de librar esos tus brazos
que para recibirme están abiertos
y por no castigarme están clavados. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Salmo 6 - ORACIÓN DEL AFLIGIDO QUE ACUDE A DIOS 

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo?

Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?

Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tantas contradicciones.

Apartaos de mí los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.

Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Ant 2. El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro.

Salmo 9 A I - ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA 

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo
y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo!

Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho
sentado en tu trono como juez justo.

Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.

Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud.

El será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confiarán en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro.

Ant 3. Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

Salmo 9 A II

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda,
y no olvida los gritos de los humildes.

Piedad, Señor; mira como me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.

Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.

Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
El no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza del humilde perecerá.

Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infúndeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

V. Convertíos y creed la Buena Noticia.
R. Porque está cerca el reino de Dios.

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 11, 1-19

LA FE DE LOS ANTIGUOS PADRES

Hermanos: La fe es la firme seguridad de los bienes que se esperan, la plena convicción de las realidades que no se ven. A causa de ella fueron alabados nuestros mayores.

Por la fe sabemos que el universo fue formado por la Palabra de Dios, de modo que lo visible ha tenido su origen en una causa invisible.

Por la fe ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que el de Caín; por ella fue proclamado justo, dando Dios mismo testimonio a favor de sus ofrendas, y por la fe continúa hablando aun después de su muerte.

Por la fe fue trasladado Henoc sin experimentar la muerte: «No fue hallado más, porque Dios se lo llevó.» Pero antes de ser trasladado se da testimonio en su favor de que «había sido grato a Dios». Ahora bien, sin la fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que es remunerador de los que lo buscan.

Por la fe, movido de religioso temor, Noé fabricó el arca para salvar a su familia, advertido por Dios de lo que aún no se veía venir; e, igualmente por la fe, condenó al mundo y se hizo heredero de la justificación que se alcanza por la fe.

Por la fe obedeció Abraham al ser llamado por Dios, saliendo hacia la tierra que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe peregrinó por la tierra prometida, como en tierra extraña, habitando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas, pues esperaba entrar en esa ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es el mismo Dios.

Por la fe la misma Sara, a pesar de su avanzada edad, recibió el poder de ser madre, pues tuvo fe en aquel que se lo había prometido. Y, por esto mismo, de un solo hombre, ya incapaz de transmitir la vida, nacieron hijos, «numerosos como las estrellas del cielo, incontables como las arenas del mar».
En la fe murieron todos ellos, sin haber alcanzado la realización de las promesas, pero las vieron desde lejos y las saludaron, reconociendo que eran «forasteros y peregrinos sobre la tierra». En verdad que quienes así se expresan dan a entender claramente que van en busca de una patria, pues, si hubiesen pensado en aquella de la que habían salido, ocasiones tuvieron para volver a ella. Pero ellos aspiraban a una patria mejor, es decir, a la celestial. Por eso Dios no se desdeña de llamarse su Dios, pues les tenía ya preparada una ciudad.

Por la fe, puesto a prueba, ofreció Abraham a Isaac; y ofrecía a su unigénito, a aquel que era el depositario de las promesas, respecto del cual Dios le había dicho: «Por Isaac tendrás descendencia.» Concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos; y por eso lo recuperó como un símbolo.

RESPONSORIO Hb 11,17. 19; Rm 4, 17

R. Por la fe, puesto a prueba, ofreció Abraham a Isaac; y ofrecía a su unigénito, a aquel que era el depositario de las promesas; * concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.
V. Creyó en aquel que da la vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no es.
R. Concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.

SEGUNDA LECTURA

Del Comentario de san Juan Fisher, obispo y mártir, sobre los salmos
(Salmo 129: Opera omnia, edición 1579, p. 1610)

SI ALGUNO PECA, ABOGADO TENEMOS ANTE EL PADRE

Nuestro sumo sacerdote es Cristo Jesús y nuestro sacrificio es su cuerpo precioso, que él inmoló en el ara de la cruz por la salvación de todos los hombres.

La sangre derramada por nuestra redención no era de terneros o de machos cabríos (como en la ley antigua), sino la del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, nuestro salvador. El templo en que ofició nuestro sumo sacerdote no era hecho por mano de hombre, sino edificado únicamente por el poder de Dios. Y así, él derramó su sangre a la vista de todo el mundo; y el mundo es el templo construido por la sola mano de Dios.

Este templo tiene dos partes: una es esta tierra que nosotros habitamos al presente, la otra nos es aún desconocida a nosotros, mortales.

Primero, cuando sufrió la muerte dolorosísima, ofreció el sacrificio aquí en la tierra. Después, cuando revestido de la nueva inmortalidad penetró por su propia sangre en el santuario, esto es, en el cielo, presentó ante el trono del Padre aquella sangre de un valor inmenso, que había derramado abundantemente por todos los hombres, sujetos al pecado.

Este sacrificio es tan acepto y agradable a Dios que, en el mismo instante en que lo mira, compadecido de nosotros, se ve forzado a otorgar su clemencia a todos los que se arrepienten de verdad.

Es, además, un sacrificio eterno, ya que se ofrece no sólo cada año (como sucedía entre los judíos), sino cada día, más aún, cada hora y a cada momento, para que en él hallemos consuelo y alivio.

Respecto de él, dice el Apóstol: Obteniendo una redención eterna, pues de este sagrado y eterno sacrificio se benefician todos aquellos que están verdaderamente contritos y arrepentidos de los pecados cometidos, los que tienen un decidido propósito de no reincidir en sus malas costumbres y perseverar con constancia en el camino de las virtudes que han emprendido.

Lo cual expresa san Juan con estas palabras: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero.

RESPONSORIO Rm 5, 10. 8. 9

R. Si, siendo aún enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, * con mayor razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida.
V. Siendo todavía pecadores, murió Cristo por nosotros.
R. Con mayor razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor, Dios nuestro, que por el amor inefable que nos tienes nos enriqueces con toda clase de bendiciones, concédenos pasar de nuestras antiguas faltas a una vida nueva, para prepararnos convenientemente a la gloria del reino celestial. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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