lunes, 30 de mayo de 2016

REFLEXIÓN

TIEMPO ORDINARIO
LUNES DE LA SEMANA IX
De la Feria. Salterio I
30 de mayo


    De las Instrucciones de san Doroteo, abad.
    (Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 1-2: PG 88, 1695-1699)


LA CAUSA DE TODA PERTURBACIÓN CONSISTE 
EN QUE NADIE SE ACUSA A SÍ MISMO

    Tratemos de averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con frecuencia, a saber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse molesto, y en cambio, otras veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las otras, como ha dicho alguien: «Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en que se halla cada uno.»

    En efecto, quien está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus maldiciones e injurias.

    De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

    De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos comprobado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, esperamos con anhelo hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resistencia en acusarnos a nosotros mismos.

    Así son las cosas. Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas.



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

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