domingo, 15 de mayo de 2016

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

TIEMPO PASCUAL
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
15 de mayo


    San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la           Iglesia  Sermón 155; PL 38, 843-844


Pentecostés, culminación de la Pascua

    El pueblo judío celebraba la Pascua, vosotros lo sabéis bien, con la inmolación de un cordero que comían con panes ácimos. Esta inmolación del cordero prefiguraba la inmolación de Cristo Jesús y los panes ácimos la vida nueva purificada de la antigua levadura.... Y cincuenta días después de Pascua, este pueblo celebraba el momento en que Dios daba en el Sinaí la Ley escrita de su puño y letra. A la figura de la Pascua sucede la Pascua en plenitud; Jesucristo es inmolado y nos hace pasar de muerte a vida. La palabra Pascua, en efecto, significa “paso”...

    Cincuenta días más tarde, el Espíritu Santo, el “dedo de Dios” (Lc 11,20) desciende sobre los discípulos. Atended a las diferencias en comparación con lo sucedido en el monte Sinaí: Allí, el pueblo se mantenía a distancia a causa del temor que lo invadía... Al contrario, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la tierra, los discípulos estaban todos juntos en el mismo lugar, y el Espíritu Santo, lejos de espantarlos desde lo alto de una montaña, entra en la casa donde estaban reunidos...

    “Vieron como lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos.” ¿Era un fuego que infundía, desde lejos, el espanto? De ninguna manera. Estas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos y comenzaron a hablar en lenguas, según el Espíritu les daba de expresarse. ¡Escuchad la lengua que habla y comprended el Espíritu que escribe, no sobre tablas de piedra, sino en los corazone! (cf 2Cor 3,3). Así pues, la ley del Espíritu de vida, escrita en el corazón y no sobre piedra, la ley de Espíritu de vida, digo, está en Jesucristo en quien la Pascua ha sido celebrada con toda verdad.


Fuente: ©Evangelizo.org



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

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