TIEMPO DE CUARESMA
JUEVES DE LA SEMANA III
3 de marzo
Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo
Homilías sobre Josué 15, 1-4; SC 71 pag. 331-345
El combate espiritual
Si las guerras (del Antiguo Testamento) no fueran símbolo de las guerras espirituales, pienso que nunca los libros históricos de los judíos se hubieran transmitido a los discípulos de Cristo que ha venido para traer la paz. Nunca los hubieran transmitido los apóstoles como lectura pública en las asambleas. ¿A qué servirían tales descripciones de guerras a aquellos que oyen a Jesús que dice: “La paz os dejo, mi paz os doy”, (Jn 14,27) a aquellos a quienes manda Pablo: “No os toméis la justicia por vuestra mano.” (Rm 12,19) y “¿No sería preferible soportar la injusticia y permitir ser despojados?” (1Cor 6,7)
Pablo sabe muy bien que ya no tenemos que ganar batallas materiales sino que hay que luchar con gran esfuerzo en nuestra alma contra nuestros adversarios espirituales. Como un jefe de ejército, nos da este precepto a los soldados de Cristo: “Revestios de las armas que Dios os ofrece para que podáis resistir a las asechanzas del diablo.” (Ef 6,11) Y para poder aprovecharnos de los ejemplos de nuestros antepasados en las guerras espirituales, quiso que sea leído en la asamblea el relato de sus hazañas. Así, si somos hombres espirituales, nosotros que sabemos que la ley es “espiritual” (cf Rm 7,14) nos acercamos en estas lecturas a las realidades espirituales en términos espirituales. (cf 1Cor 2,13) Así contemplamos a través de estas naciones que atacaron materialmente al pueblo de Israel, el poder de las “naciones espirituales” enemigas interiores, los espíritus malos que están en el aire (cf Ef 6,12) que levantan las guerras contra la Iglesia del Señor, el nuevo Israel.
"He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las
actividades que deben servir como medios para curar nuestras potencias y
devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los ayunos, los
trabajos, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el dominio de los
sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos Padres, la participación
en los servicios de la Iglesia, la confesión y la comunión frecuentes" Teófano El Recluso sobre la práctica de la
oración
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