Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) abadesa benedictina y doctora de la Iglesia El Libro de las Obras Divinas (“Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”, Béatitudes, 2012)
“Alégrense de que sus nombres estén escritos en el cielo”
“Que el Señor sea tu único deleite, y él colmará los deseos de tu corazón” El Espíritu Santo es un fuego inextinguible que da todos los bienes, abraza todos los bienes, enseña todos los bienes y, con su llama, al hombre acorda el lenguaje. Con la fuerza de su fuego, enseña la humildad, que se ubica por debajo de todos y se estima la última de todos. El ardor espiritual tiene la frescura de la paciencia y, obra de la humildad, una dignidad bondadosa que llena todo. La humildad es el fundamento de todo lo que la santidad construye en las alturas superiores.
La fe es el estandarte de la victoria: como una llama luminosa muestra el camino justo y su rocío de esperanza irriga el espíritu de los fieles, que suspiran por el cielo. Teniendo en ellos el verdor de la perfecta caridad, tratan de ser serviciales con todos. Se afligen durante la oración, bajo un suave soplo de arrepentimiento. Así como la brisa hace abrir las flores, la calidez del deseo del cielo engendra un delicioso fruto… (…)
La gloria del paraíso está rodeada de tal luminosidad que sólo en un espejo puedes mirarla con lo que contiene. Ahí se regocijan las almas purificadas de sus pecados, revestidas de la vestimenta de la inmortalidad y el honor… Toda criatura ha nacido por voluntad de Dios y la vida eterna de él ha surgido y de él viene. Las bellezas, alegrías y todas las voces plenas de júbilo de la vida eterna, de Dios vienen. Las obras de los elegidos que florecieron gracias al Espíritu Santo, estallan luminosas en el paraíso…
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