Mostrando entradas con la etiqueta Santa Hildegarda de Bingen. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Santa Hildegarda de Bingen. Mostrar todas las entradas

miércoles, 21 de agosto de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 22 de Agosto - "La vestimenta del alma"


Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) abadesa benedictina y doctora de la Iglesia Scivias, el Libro de las Obras Divinas, VI (in “Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”, Béatitudes, 2012)


"La vestimenta del alma"
            
    Cuando las energías del alma arrancan del espíritu del hombre las envidias carnales, el deseo de Dios suspira, gime, en él. El alma entrelaza entonces esos suspiros -la oración interior- cómo la abeja construye un rayo de miel en el panal. Así se construye el palacio de Dios en el alma. (…) Las energías del alma tienen una fuerza inmensa porque el hombre sabe y siente a Dios por su mediador, no importe cual fuere su dependencia de los deseos de la carne.

    El Creador de la tierra hizo del alma un verdadero atelier, ella es para el hombre el instrumento de todas sus obras. Dios la ha creado en conformidad con él mismo. Esta alma, obra personal de Dios que actúa hasta el último día del  mundo, es para cada hombre una presencia sagrada, divina, invisible. Después del último día del mundo, cuando el hombre será transformado en espíritu, tendrá una visión perfecta de la santa divinidad, de todos los espíritus y almas.

    El alma es una energía fructificante, comunica al hombre entero su movimiento y vida. Como el hombre porta una vestimenta de género, igualmente el alma se reviste de las obras que realiza. Sean buenas o malas, las utiliza para cubrirse. Cuando el alma deje este cuerpo, las obras malas olerán mal como un hábito ensuciado con inmundicias. En cambio, las obras buenas resplandecerán en ella como una vestimenta enteramente decorada con el resplandor del más puro oro. 

martes, 7 de mayo de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 08 de Mayo - "El Espíritu conduce nuestros pasos"

 

Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) abadesa benedictina y doctora de la Iglesia Scivias, El Libro de las Obras Divinas, 6 (en “Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”, Béatitudes, 2012)


"El Espíritu conduce nuestros pasos"

     La potencia divina contiene la integridad de la santidad. Ella conforta el espíritu interior del hombre que se une a Dios. Hace gustar los dones místicos del Espíritu Santo al que está a punto de sombrear  en la somnolencia. El hombre se arranca a esta somnolencia, se despierta y tiende con todas sus fuerzas hacia la justicia. Frecuentemente, esta operación es un combate penoso para el espíritu ya que el cuerpo es poco capaz de hacer el bien, mismo si está llamado a la obediencia a la voluntad divina. Muchas veces, esta carne que es su morada cede a los deseos de la carne y la exhalación de los dones de Dios choca con la resistencia de la voluntad humana.

    Dios que me ha creado, que es Señor y que tiene todo poder sobre mí, es mi fuerza. Sin él, soy incapaz de realizar cualquier bien, ya que es él que me comunica el Espíritu de vida, manantial de mi propia vida y del movimiento que me anima. Es él, Dios y Señor, cuando lo invoco realmente como un ciervo que desea el agua viva, que me orienta en los caminos que emprendo y conduce mis pasos en sus mandamientos. Me conducirá hacia las cimas que me enseñen sus preceptos y someterá mis deseos mundanos con su fuerza victoriosa. Así, en la bienaventuranza celeste, cantaré eternamente su alabanza.

viernes, 24 de noviembre de 2023

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO -25 DE NOVIEMBRE - "Cuando el alma se transfigurará en eternidad…"


Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) abadesa benedictina y doctora de la Iglesia Scivias, El Libro de las Obras Divinas, 6 (en “Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”, Béatitudes, 2012)


"Cuando el alma se transfigurará en eternidad…"

    El hombre que sigue la vía de la locura y desprecia la sabiduría creadora, se condena por sí mismo: no tiene ningún límite para el mal e ignora la vida futura. Ni siquiera quiere saber si existe otra vida y rechaza escrutar las causas de su naturaleza cambiante. Este hombre puede comprender su infancia, su adolescencia, juventud y madurez, pero es incapaz de comprender lo que le sucede en su ancianidad y el sentido de la transformación de su ser. La razón le muestra que hay un comienzo, pero es incapaz de saber, de comprender cómo es posible que el alma sea inmortal y no tenga fin… (…)

    Mientras está en su cuerpo, los pensamientos del hombre se multiplican, como se multiplican los innumerables ecos de la alabanza angelical. El pensamiento anima la juventud, luego la formulamos con la voz de la razón y actuamos siguiéndola. Pero la vida de su acción no viene de ella misma, tiene un comienzo. Sólo la eternidad toma la vida de ella misma y nunca se debilita: antes que existiera el tiempo, ella ya era vida eterna. Cuando el alma se transfigurará en eternidad, cambiará de nombre, ya que no actuará más en el hombre como el pensamiento, sino que tendrá por morada las alabanzas de ángeles, que son espíritu. Entonces se llamará espíritu. No tendrá más penas con su cuerpo, con su carne. Portará el nombre de vida, ya que es vida en este mundo, al vivir por el soplo del espíritu. Se transfigurará en inmortalidad por la muerte carnal y será plenamente en la vida. Después del juicio final, será eternamente vida, con su cuerpo y su alma.