San Juan Pablo II (1920-2005) papa Mulieris Dignitatem, § 16
« Los doce estaban con Él, y también las mujeres »
El hecho de ser hombre o mujer, no comporta ninguna restricción en lo que concierne a la misión, de la misma manera que la acción salvífica y santificante del Espíritu en el hombre no está limitada por el hecho de ser judío o griego, esclavo o libre, según nos viene expresado en las palabras bien conocidas del apóstol Pablo: « Porque todos no formáis más que uno en Cristo Jesús » (Gal 3,28).
Esta unidad no suprime las diferencias. El Espíritu, que hace realidad esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye, en la misma medida, al hecho de que « vuestros hijos e hijas profetizarán » (Jl 3,1). Profetizar significa expresar, a través de la palabra y la vida « las maravillas de Dios » (Hch 2,11), salvaguardando la verdad y la originalidad de cada persona, sea hombre o mujer. La igualdad evangélica, la paridad del hombre y la mujer frente a las maravillas de Dios, tal como nos ha sido manifestada con total claridad en las obras y las palabras de Jesús de Nazaret, constituye el fundamento más evidente de la dignidad y la vocación de la mujer en la Iglesia y en el mundo. Toda vocación tiene un sentido profundamente personal y profético. En la vocación así comprendida, la personalidad de la mujer encuentra una dimensión del todo nueva : es la dimensión de las « maravillas de Dios » de las cuales la mujer es sujeto viviente y testimonio irreemplazable.
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