"Jesús fue a un lugar desierto, allí estuvo orando"
Querido hermano: Vivo en un lugar desierto situado en Calabria y bastante alejado de lugares habitados por los hombres. Estoy con mis hermanos religiosos, algunos de ellos plenos de ciencia. Montan una guardia santa y perseverante, en la espera del retorno de su Maestro, para abrirle cuando llamará a la puerta (cf. Lc 12,36). (…)
Los que lo desean y ya han tenido la experiencia, son los únicos que saben la utilidad y divina alegría que aportan la soledad y el silencio. Gracias a ellos, el hombre fuerte puede recogerse tal como lo desea, permanecer en sí mismo, cultivar asiduamente las virtudes y nutrirse felizmente con los frutos del paraíso. En la soledad y el silencio, se esfuerza en adquirir la clara mirada que hiere de amor al divino Esposo, y obtiene la pureza necesaria para poder ver a Dios. Experimenta un reposo pleno y se apacigua en la acción tranquila. Dios da a sus atletas la recompensa deseada por la labor del combate: la paz -que el mundo no conoce- y la alegría del Espíritu Santo. (…)
¿Qué existe más perverso, contrario a la razón, a la justicia, a la naturaleza misma, que preferir la criatura al Creador? Y perseguir los bienes perecederos más que los eternos, los de la tierra más que los del cielo. (…) La Verdad da este consejo a todos: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28). Es una ingrata y estéril pena el ser atormentado por la concupiscencia, afligido sin cesar por preocupaciones, ansiedades, temores y dolores engendrados por estos deseos. (…) Hermano mío, huye de todas esas inquietudes, pasa de la tempestad de este mundo al reposo tranquilo y seguro del puerto.
¿Qué existe más perverso, contrario a la razón, a la justicia, a la naturaleza misma, que preferir la criatura al Creador? Y perseguir los bienes perecederos más que los eternos, los de la tierra más que los del cielo. (…) La Verdad da este consejo a todos: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28). Es una ingrata y estéril pena el ser atormentado por la concupiscencia, afligido sin cesar por preocupaciones, ansiedades, temores y dolores engendrados por estos deseos. (…) Hermano mío, huye de todas esas inquietudes, pasa de la tempestad de este mundo al reposo tranquilo y seguro del puerto.
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