"Contemplar a Cristo con los ojos del Padre"
Creer es participar en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y de todas las cosas en él. Con el ejercicio de esta virtud, nuestra vida es como un reflejo de su vida. Cuando el alma está llena de fe, podemos decir que ella ve con los ojos de Dios. ¿Qué es lo que contempla eternamente el Padre? A su Hijo. Conoce y ama todo en Él. Esta mirada y este amor le son esenciales. ¿Qué contempla en ese momento? Al Verbo, su igual, devenido hombre por amor.
El Padre aprecia a su Hijo infinitamente, divinamente, como sólo él puede hacerlo. Por eso es todo a él, lo que hace es ordenado a su gloria “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar” (Jn 12,28). Quiere que su Hijo sea reconocido por las criaturas razonables con la reverencia debida a su divinidad. Cuando lo introdujo en este mundo, deseó que los ángeles lo adorasen (cf. Heb 1,6). Pide a los hombres el mismo homenaje. El Padre quiere “que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn 5,23). En el Tabor llamó a creer en las palabras de Jesús, Hijo de su dilección (cf. Mt 17,5).
Si contemplamos a Cristo con los ojos del Padre, el valor que damos a la dignidad de su persona, a la inmensidad de sus méritos, a la fuerza de su gracia, es ilimitado. Cualquiera sea la multitud de nuestras faltas y nuestra indigencia, poseemos en Cristo la misericordia infinita. En nuestra miseria misma, tenemos la riqueza de Cristo (cf. 1 Cor 1,5). Para la Iglesia, la sobreabundancia de méritos de Dios es la fuente que sin cesar fluye en gratitud, alabanza, paz y alegría indecibles.
El Padre aprecia a su Hijo infinitamente, divinamente, como sólo él puede hacerlo. Por eso es todo a él, lo que hace es ordenado a su gloria “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar” (Jn 12,28). Quiere que su Hijo sea reconocido por las criaturas razonables con la reverencia debida a su divinidad. Cuando lo introdujo en este mundo, deseó que los ángeles lo adorasen (cf. Heb 1,6). Pide a los hombres el mismo homenaje. El Padre quiere “que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn 5,23). En el Tabor llamó a creer en las palabras de Jesús, Hijo de su dilección (cf. Mt 17,5).
Si contemplamos a Cristo con los ojos del Padre, el valor que damos a la dignidad de su persona, a la inmensidad de sus méritos, a la fuerza de su gracia, es ilimitado. Cualquiera sea la multitud de nuestras faltas y nuestra indigencia, poseemos en Cristo la misericordia infinita. En nuestra miseria misma, tenemos la riqueza de Cristo (cf. 1 Cor 1,5). Para la Iglesia, la sobreabundancia de méritos de Dios es la fuente que sin cesar fluye en gratitud, alabanza, paz y alegría indecibles.
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