“Hizo llamar a los servidores”
Oh Verdad amada, oh justa Equidad de Dios ¿cómo compareceré ante tu faz llevando conmigo mi iniquidad..., el peso mi negligencia demasiado grande? El tesoro de la fe cristiana y de la vida espiritual, desgraciadamente no lo he dado a guardar a los banqueros de la caridad donde tú los hubieras podido retirar inmediatamente, según tu placer, aumentado con los intereses de toda la perfección. El talento que me confiaste, mi tiempo, no tan sólo lo he malgastado en vano sino que incluso lo he dejado huir, estropeado y perdido totalmente. ¿Adónde iré? ¿Hacia dónde me dirigiré? « Adónde escaparé de tu mirada? » (Sl 138,7).
Oh Verdad, tus asesores inseparables son la justicia y la equidad... Desdichada de mí si comparezco ante tu tribunal sin tener un abogado que responda por mí. Oh Caridad, descárgame tú. Responde tú por mí. Solicita tú mi perdón. Pleitea tú mi causa para que, gracias a ti, yo viva.
Ya sé lo que haré: «Alzaré la copa de la salvación» (Sl 115,13). Pondré el cáliz de Jesús sobre la bandeja vacía de la Verdad. Esa actitud suplirá todo lo que me falta. Así cubriré todos mis pecados. Por este cáliz levantaré todas mis ruinas. Por este cáliz supliré, dignamente y más todavía, todo lo que en mí hay de imperfecto...
Oh amada Verdad, venir a ti sin mi Jesús me sería intolerable, pero con mi Jesús, comparecer delante de ti será para mí una cosa muy agradable y amable. Oh Verdad, siéntate ahora en tu tribunal... «Nada temo» (Sl 22,4).
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