“¡Que sean perfectamente uno!”
En su gran oración sacerdotal, nuestro Salvador pide que estemos con él donde él está y que contemplemos su gloria. Nos ama como lo ama su Padre, y desea darnos todo lo que el Padre le ha dado. La gloria que tiene de su Padre, quiere dárnosla y hacernos a todos uno, de suerte que en adelante no seamos una multitud sino que formemos todos juntos una unidad, reunidos por su divinidad en la gloria del Reino, no por fusión en una sola sustancia, sino en la perfección, cumbre de la virtud. Es lo que proclamó Cristo al decir: “¡Que sean perfectamente uno!” Así, perfectos por la sabiduría, la prudencia, la justicia, la piedad y todas las virtudes de Cristo, seremos unidos a la luz indefectible de la divinidad del Padre, convertidos nosotros mismos en luz por nuestra unión con él, y plenamente hijos de Dios por nuestra participación y comunión con su Hijo único que nos hace partícipes del resplandor de su divinidad. De esta manera llegaremos a ser todos uno con el Padre y el Hijo. Pues así como declaró que el Padre y él son uno –“El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30)- también pidió que a imitación suya también nosotros participáramos de la misma unidad… No la unidad hipostática que él tiene con el Padre, sino esta otra: como el Padre le ha hecho participar en su gloria, también él mismo comunicará su gloria a los que ama.
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