«Hasta que la pasta fermente»
Después de la trasgresión de Adán, los pensamientos del alma, lejos del amor de Dios, se dispersaron y se mezclaron con pensamientos materiales y terrestres. Porque Adán, por su trasgresión, recibió en sí mismo la levadura de las malas tendencias y, así, por participación, todos los nacidos de él y de toda la raza de Adán tienen parte en esta levadura. Seguidamente, la malas disposiciones crecieron y se desarrollaron entre los hombres hasta el punto que llegaron a toda clase de desórdenes. Finalmente, la humanidad entera se vio penetrada de la levadura de la malicia…
De manera análoga, durante su estancia en la tierra, el Señor quiso sufrir por todos los hombres; rescatarlos con su propia sangre, introducir la levadura celeste de su bondad en las almas de los creyentes humillados bajo el yugo del pecado. Quiso perfeccionar en ellas la justicia de los preceptos y de todas las virtudes hasta que, penetradas de esta nueva levadura, se unieran para el bien y formaran «un solo espíritu con el Señor» según la palabra de san Pablo (1C 6,17). El alma que está totalmente penetrada de la levadura del Espíritu Santo ya no puede tener en ella el mal y la malicia tal como está escrito: «El amor no lleva cuentas del mal» (1Co 13,5). Sin esta levadura celeste, dicho de otra manera, sin la fuerza del Espíritu Santo, es imposible que el alma sea trabajada por la dulzura del Señor y llegue a la vida verdadera.
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