jueves, 28 de mayo de 2020

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL CHRISTUS VIVIT



Capítulo sexto
Jóvenes con raíces


Sueños y visiones

192. En la profecía de Joel encontramos un anuncio que nos permite entender esto de una manera muy bella. Dice así: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne y sus hijos y sus hijas profetizarán, y sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños» (Jl 3,1; cf. Hch 2,17). Si los jóvenes y los viejos se abren al Espíritu Santo, ambos producen una combinación maravillosa. Los ancianos sueñan y los jóvenes ven visiones. ¿Cómo se complementan ambas cosas?

193. Los ancianos tienen sueños construidos con recuerdos, con imágenes de tantas cosas vividas, con la marca de la experiencia y de los años. Si los jóvenes se arraigan en esos sueños de los ancianos logran ver el futuro, pueden tener visiones que les abren el horizonte y les muestran nuevos caminos. Pero si los ancianos no sueñan, los jóvenes ya no pueden mirar claramente el horizonte.

194. Es lindo encontrar entre lo que nuestros padres conservaron, algún recuerdo que nos permite imaginar lo que soñaron para nosotros nuestros abuelos y nuestras abuelas. Todo ser humano, aun antes de nacer, ha recibido de parte de sus abuelos como regalo, la bendición de un sueño lleno de amor y de esperanza: el de una vida mejor para él. Y si no lo tuvo de ninguno de sus abuelos, seguramente algún bisabuelo sí lo soñó y se alegró por él, contemplando en la cuna a sus hijos y luego a sus nietos. El sueño primero, el sueño creador de nuestro Padre Dios, precede y acompaña la vida de todos sus hijos. Hacer memoria de esta bendición, que se extiende de generación en generación, es una herencia preciosa que hay que saber conservar viva para poder transmitirla también nosotros.

195. Por eso es bueno dejar que los ancianos hagan largas narraciones, que a veces parecen mitológicas, fantasiosas –son sueños de viejos–, pero muchas veces están llenas de rica experiencia, de símbolos elocuentes, de mensajes ocultos. Esas narraciones requieren tiempo, que nos dispongamos gratuitamente a escuchar y a interpretar con paciencia, porque no entran en un mensaje de las redes sociales. Tenemos que aceptar que toda la sabiduría que necesitamos para la vida no puede encerrarse en los límites que imponen los actuales recursos de comunicación.

196. En el libro La sabiduría de los años, expresé algunos deseos en forma de pedidos. «¿Qué pido a los ancianos, entre los cuales me cuento yo mismo? Nos pido que seamos guardianes de la memoria. Los abuelos y las abuelas necesitamos formar un coro. Me imagino a los ancianos como el coro permanente de un importante santuario espiritual, en el que las oraciones de súplica y los cantos de alabanza sostienen a la comunidad entera que trabaja y lucha en el terreno de la vida». Es hermoso que «los jóvenes y las muchachas también, los viejos junto con los niños, alaben el nombre del Señor» (Sal 148,12-13).

197. ¿Qué podemos darles los ancianos? «A los jóvenes de hoy día que viven su propia mezcla de ambiciones heroicas y de inseguridades, podemos recordarles que una vida sin amor es una vida infecunda». ¿Qué podemos decirles? «A los jóvenes temerosos podemos decirles que la ansiedad frente al futuro puede ser vencida». ¿Qué podemos enseñarles? «A los jóvenes excesivamente preocupados de sí mismos podemos enseñarles que se experimenta mayor alegría en dar que en recibir, y que el amor no se demuestra sólo con palabras, sino también con obras».

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