miércoles, 11 de marzo de 2020

EL CANON DE LA ESCRITURAS

ANTIGUO TESTAMENTO


    La división del libro único de Samuel en dos partes es del todo artificial, y su intento parece haber sido dedicar a David un libro entero. Esta segunda parte sigue un orden temático más que cronológico. David, rey de Judá, en contraste con Isbaal, hasta que se proclama también rey de Israel. Luchas contra los filisteos, Jerusalén, el Arca, la promesa dinástica, guerras con otros pueblos, Betsabé, rebelión de Sibá. Un apéndice final completa con datos sueltos la narración precedente. David es para los israelitas el rey más grande, una figura que se coloca detrás de Moisés y Elías. 
    Históricamente, David es un rey muy importante: recibe una nación deshecha, y en pocos años la convierte en el reino principal de la franja costera; recibe un reino dividido, y establece una monarquía unificada; más allá de sus fronteras somete a vasallaje a casi todos los reinos de alrededor. Da a su reino una capital administrativa y religiosa de gran influjo y atractivo; organiza un gobierno y un ejército; da origen a una dinastía estable.      
    Teológicamente, es el beneficiario de una nueva elección y de una promesa. Su elección se suma a la de un pueblo y a la de otros jefes, constituyendo un nuevo artículo de la fe israelita; a su elección se junta la de Jerusalén, como morada del Señor, otro artículo religioso fundacional. Como beneficiario de la promesa es casi un nuevo patriarca, padre de una dinastía, como Abrahán lo fue de un pueblo grande. Por esta promesa David se carga de futuro.     
    Quiere decir que los israelitas no se contentarán con añorar el pasado, cuando recuerdan a su rey favorito, sino que en su nombre esperan un sucesor legítimo, digno de él, un restaurador, un futuro liberador. Sobre este eje se desarrolla y crece la esperanza mesiánica. Por David y su dinastía entra en la religión de Israel todo un repertorio de símbolos de salvación, que servirán para expresar y alimentar la esperanza mesiánica. 
    David es un hombre de singular atractivo para sus coetáneos. De joven se atrajo múltiples simpatías; la guerra y la persecución lo curtieron y le enseñaron a esperar pacientemente. Fue a la vez magnánimo y astuto, de gran visión y rápida decisión. Supo reconocer y llorar su gravísimo pecado. No logró la paz de su familia ni logró consolidar la unificación del reino. David fue una cumbre, y lo que siguió, a pesar del esplendor salomónico, se asemeja a una decadencia.

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