Homilía sobre el amor a los pobres, 24-26; PG 35, 890-891
Amigos y hermanos míos, no seamos malos administradores de los bienes que nos han sido confiados, para no tener que escuchar las siguientes palabras: “Avergonzaos, vosotros que retenéis el bien de los demás. Imitad la justicia de Dios y no habrá ya pobres.” No nos cansemos en amontonar bienes y tener reservas, cuando otros están agotados por el hambre. No nos hagamos meritorios del reproche amargo y de la amenaza del profeta Amos: “Escuchad esto, los que aplastáis al pobre y tratáis de eliminar a la gente humilde, vosotros, que decís: ¿Cuándo pasará la luna nueva, para poder vender el trigo; el sábado, para dar salida al grano?” (Am 8,5)...
Imitemos la ley sublime y primera de Dios “que hace llover sobre justos y pecadores y hace salir el sol para todos” (cf Mt 5,45). Dios colma a todos los habitantes de la tierra con inmensos terrenos para cultivar, con manantiales, ríos y bosques. Para los pájaros ha hecho el aire, y el agua para todos los animales del mar. Para la vida de todos, da en abundancia los recursos esenciales que no deben ser acaparados por los poderosos, ni restringidos por las leyes, ni delimitados por fronteras, sino que los da para todos, de manera que nada falte a nadie. Así, repartiendo por igual sus dones a todos, Dios respeta la igualdad natural de todos. Nos muestra así la generosidad de su bondad... Tú, ¡pues, imita esta misericordia divina!
“Haceos amigos con los bienes de este mundo, así....os recibirán en las moradas eternas” Socorred a los pobres
Amigos y hermanos míos, no seamos malos administradores de los bienes que nos han sido confiados, para no tener que escuchar las siguientes palabras: “Avergonzaos, vosotros que retenéis el bien de los demás. Imitad la justicia de Dios y no habrá ya pobres.” No nos cansemos en amontonar bienes y tener reservas, cuando otros están agotados por el hambre. No nos hagamos meritorios del reproche amargo y de la amenaza del profeta Amos: “Escuchad esto, los que aplastáis al pobre y tratáis de eliminar a la gente humilde, vosotros, que decís: ¿Cuándo pasará la luna nueva, para poder vender el trigo; el sábado, para dar salida al grano?” (Am 8,5)...
Imitemos la ley sublime y primera de Dios “que hace llover sobre justos y pecadores y hace salir el sol para todos” (cf Mt 5,45). Dios colma a todos los habitantes de la tierra con inmensos terrenos para cultivar, con manantiales, ríos y bosques. Para los pájaros ha hecho el aire, y el agua para todos los animales del mar. Para la vida de todos, da en abundancia los recursos esenciales que no deben ser acaparados por los poderosos, ni restringidos por las leyes, ni delimitados por fronteras, sino que los da para todos, de manera que nada falte a nadie. Así, repartiendo por igual sus dones a todos, Dios respeta la igualdad natural de todos. Nos muestra así la generosidad de su bondad... Tú, ¡pues, imita esta misericordia divina!
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