Cristo instituye el sacerdocio y se lo confía a los apóstoles, a la Iglesia. La única fuente es Jesucristo. La Iglesia en la persona de los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo sigue comunicando. Nadie se puede autoproclamar sacerdote, sino que debe ser llamado y ordenado por la Iglesia. Partiendo de esta verdad que nos trasmiten los evangelios, vamos a reflexionar sobre el sacerdote en una de las imágenes más rica que nos da Jesucristo al hablarnos del Buen Pastor, y en la tarea que le corresponde a la Iglesia respecto a las vocaciones sacerdotales. El papa Francisco puso como lema para la Jornada de Oración por las Vocaciones, precisamente, La Iglesia, madre de vocaciones.
“Yo soy el Buen Pastor” (Jn. cap. 10), es una definición y un camino que define la vocación sacerdotal. Así se nos presenta el Señor. Se trata de una imagen rica y exigente, que nos permite describir la vida de un sacerdote. Ante todo es un ser relacional, es decir, es para los otros no para sí mismo: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn. 10, 27). Su vida se va construyendo en una entrega generosa, diría que su vida y misión se identifican. Vive pendiente de su rebaño y lo cuida, lo conoce y lo congrega, lo guía y defiende, lo alimenta y cura a las enfermas. Él sabe, además, que hay otras ovejas que no pertenecen a este redil pero a las que debe buscar y apacentar. Como vemos, en Cristo se hace presente el amor y la responsabilidad de su Padre que lo ha enviado: “Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos…. (y concluye) el Padre y yo somos una sola cosa” (Jn. 10, 30). Solo podemos pensar al sacerdote desde una mirada de fe en esa historia de la salvación que tiene a Dios por autor. Él está llamado a prolongar el ministerio de Jesucristo sacerdote y pastor. A esta nueva realidad teológica que define su persona en la historia de Dios y al servicio de los hombres, la Iglesia la trasmite por el sacramento del Orden Sagrado.
El sacerdote no es un predicador solitario sino un miembro vivo de la Iglesia en la que ha nacido, ha crecido y está llamado a servir a sus hermanos. ¡Qué importante son esos espacios apostólicos y misioneros en la Iglesia donde el joven va descubriendo su llamado! Hay un sentido de pertenencia eclesial y de fervor misionero que se va aprendiendo en esos primeros seminarios de la familia, parroquias o comunidades cristianas, que crean una sensibilidad interior para escuchar el llamado del Señor. Todo ello nos debe llevar a preguntarnos si en nuestras familias, parroquias, comunidades de jóvenes el tema vocacional está presente, como un don del Espíritu Santo al servicio y edificación de la Iglesia. Esto nos dice el Santo Padre en su Mensaje: “Todos los fieles están llamados a tomar conciencia del dinamismo eclesial de la vocación, para que las comunidades de fe lleguen a ser, a ejemplo de la Virgen María, seno materno que acoge el don del Espíritu Santo (cfr. Lc. 1, 35-38). La maternidad de la Iglesia, continúa, se expresa a través de la oración perseverante por las vocaciones, de su acción educativa y del acompañamiento que brinda a quienes perciben la llamada de Dios”.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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