miércoles, 27 de enero de 2016

SANTORAL

Santoral del Día

Miércoles 27 de Enero

    Santa Angela Merici, virgen, que vistió primero el hábito de la Tercera Orden Regular de San Francisco y reunió a varias jóvenes para instruirlas en obras de caridad. Más tarde, instituyó una orden de mujeres llamada de Santa Úrsula, con la finalidad de vivir una vida de perfección en el mundo y enseñar los caminos del Señor a las adolescentes. Murió en Brescia, ciudad de Lombardia.


    La fundadora de las Ursulinas, primera congregación femenina dedicada a la enseñanza, nació el 21 de marzo de 1470 o de 1474, en el pueblecito de Desenzano, a orillas del Lago de Garda, en Lombardía. Los padres de la santa, más piadosos que ricos, la educaron cristianamente. Ambos murieron cuando Ángela tenía diez años y dejaron a sus dos hijas y a su hijo al cuidado de un tío acomodado que vivía en Saló. Cuando Ángela tenía trece años, murió su hermana mayor, lo cual constituyó un rudo golpe; a la pena de verse separada de quien era para ella como una segunda madre, se añadía la incertidumbre acerca de su suerte eterna, ya que su hermana, una buena mujer, piadosa y de sólidos principios, no había podido recibir los últimos sacramentos. Ángela tuvo, por entonces, la primera de sus numerosas visiones, y en ella le fue revelado que su hermana se había salvado. Llena de gratitud, Ángela se consagró, con mayor ahinco que antes, al servicio de Dios y, poco después, tomó el hábito de terciaria franciscana. Llevaba una vida extremadamente austera. A imitación de san Francisco, no quería poseer nada, ni siquiera una cama y se alimentaba exclusivamente de pan, agua y algunas verduras. Ángela volvió a Desenzano después de la muerte de su tío, hacia los veintidós años de edad. En sus visitas a los vecinos, quedó sorprendida por la total ignorancia de los niños, a quienes sus padres no podían o no querían enseñar ni siquiera lo más elemental del catecismo. Poco a poco se sintió llamada a remediar ese estado de cosas y habló de ello con algunas amigas. La mayoría de ellas eran terciarias franciscanas o jóvenes de la clase social de Ángela, con poco dinero y menos influencia, pero dispuestas a seguir generosamente a la santa.


    Ángela era de baja estatura, pero tenía todas las cualidades de un jefe y no carecía de belleza y encanto. Encabezadas por Ángela, las buenas mujeres empezaron a reunir a las niñas de la vecindad y a educarlas sistemáticamente. La obra, que había tenido comienzos tan humildes, prosperó rápidamente, y se invitó a Ángela a fundar, en Brescia, una escuela semejante. La santa aceptó y recibió cordial hospitalidad en la casa de un noble matrimonio al que había consolado en un momento de tribulación. Por medio de sus huéspedes, entró en contacto con las principales familias de Brescia y se convirtió en la inspiradora de un devoto círculo de hombres y mujeres. De cuando en cuando, hacía una peregrinación a algún santuario. Se hallaba en Mántua, a donde había ido para visitar la tumba de la beata Osanna, cuando aprovechó la oportunidad que se le ofreció para acompañar a Tierra Santa a una joven pariente. Antonio de Romanis, un mercader ya anciano, sufragó los gastos de Ángela. En Creta, la santa sufrió un ataque de ceguera. Sus compañeros le propusieron volver a Italia, pero ella se negó a hacerlo y visitó los Santos Lugares de Palestina con tanta devoción, como si los viese con los ojos del cuerpo. En el viaje de vuelta, cuando se hallaba orando exactamente en el mismo sitio en que había sido atacada por la enfermedad, recobró la vista.


    El Año Santo de 1525, Ángela fue a Roma para ganar la indulgencia del jubileo y tuvo el privilegio de obtener una audiencia privada con el Papa. Clemente VII hubiese querido que se quedara en Roma a dirigir una congregación de religiosas hospitalarias, pero la santa declinó respetuosamente el honor, por humildad y por fidelidad a su verdadera vocación. Volvió, pues, a Brescia. Sin embargo, tuvo que abandonar pronto la ciudad, porque, cuando las tropas de Carlos V estaban a punto de tomarla, pareció conveniente evacuar el mayor número posible de civiles. Ángela se trasladó a Cremona con algunas de sus amigas y allí permaneció, hasta que se firmó la paz. Los habitantes de Brescia la recibieron jubilosamente a su regreso, pues admiraban su caridad, su don de profecía y su santidad. Se cuenta que, poco después, mientras asistía a la misa, fue arrebatada en éxtasis y estuvo largo tiempo suspendida en el aire, a la vista de numerosos testigos.


    Algunos años antes, en Desenzano, santa Ángela había tenido una visión de un grupo de doncellas que subían al cielo por una escala luminosa y había oído una voz que le decía: «Ten buen ánimo, Ángela, porque antes de morir vas a fundar una compañía de doncellas como las que acabas de ver». Ahora había llegado el tiempo del cumplimiento de esa profecía. Según parece, hacia el año 1533 la santa empezó a formar a varias jóvenes selectas en una especie de noviciado informal. Doce de esas jóvenes se fueron a vivir con ella en una casa de las cercanías de la iglesia de Santa Afra, pero la mayor parte siguió en la casa de sus padres o de sus parientes. Dos años después, veintiocho jóvenes se consagraron al servicio de Dios. Ángela las puso bajo la protección de santa Ursula, la patrona de las universidades medievales, a la que el pueblo veneraba como guía del sexo femenino. Por ello, las hijas de santa Ángela han conservado hasta nuestros días el nombre de «Ursulinas». El 25 de noviembre de 1535 fue la fecha oficial de la fundación de la Orden de las Ursulinas. Sin embargo, en la época de la fundadora, se trataba más bien de una asociación piadosa, ya que sus miembros no llevaban hábito (aunque se les recomendaban los vestidos negros), no hacían votos y no vivían en comunidad. Las Ursulinas se reunían para la enseñanza y la oración, ejecutaban trabajos que se les encomendaban y procuraban llevar vida de perfección en la casa paterna. La idea de una orden femenina de enseñanza era tan nueva, que hacía falta tiempo para que la cristiandad se acostumbrase a ella.


    Sin embargo, pese a los cambios y modificaciones que han sufrido, las Ursulinas conservan, hasta el día de hoy, la finalidad para la que fueron creadas: la educación de las niñas, sobre todo de las niñas pobres. En las primeras elecciones, santa Ángela fue nombrada superiora y ejerció ese cargo durante los cinco últimos años de su vida. A principios de enero de 1540, cayó enferma y murió el 27 del mismo mes. En 1544, una bula de Paulo III confirmó la Compañía de Santa Ursula y la reconoció como congregación. La fundadora fue canonizada en 1807.


    Santa Angela Merici, virgen, que vistió primero el hábito de la Tercera Orden Regular de San Francisco y reunió a varias jóvenes para instruirlas en obras de caridad. Más tarde, instituyó una orden de mujeres llamada de Santa Úrsula, con la finalidad de vivir una vida de perfección en el mundo y enseñar los caminos del Señor a las adolescentes. Murió en Brescia, ciudad de Lombardia.

    La fundadora de las Ursulinas, primera congregación femenina dedicada a la enseñanza, nació el 21 de marzo de 1470 o de 1474, en el pueblecito de Desenzano, a orillas del Lago de Garda, en Lombardía. Los padres de la santa, más piadosos que ricos, la educaron cristianamente. Ambos murieron cuando Ángela tenía diez años y dejaron a sus dos hijas y a su hijo al cuidado de un tío acomodado que vivía en Saló. Cuando Ángela tenía trece años, murió su hermana mayor, lo cual constituyó un rudo golpe; a la pena de verse separada de quien era para ella como una segunda madre, se añadía la incertidumbre acerca de su suerte eterna, ya que su hermana, una buena mujer, piadosa y de sólidos principios, no había podido recibir los últimos sacramentos. Ángela tuvo, por entonces, la primera de sus numerosas visiones, y en ella le fue revelado que su hermana se había salvado. Llena de gratitud, Ángela se consagró, con mayor ahinco que antes, al servicio de Dios y, poco después, tomó el hábito de terciaria franciscana. Llevaba una vida extremadamente austera. A imitación de san Francisco, no quería poseer nada, ni siquiera una cama y se alimentaba exclusivamente de pan, agua y algunas verduras. Ángela volvió a Desenzano después de la muerte de su tío, hacia los veintidós años de edad. En sus visitas a los vecinos, quedó sorprendida por la total ignorancia de los niños, a quienes sus padres no podían o no querían enseñar ni siquiera lo más elemental del catecismo. Poco a poco se sintió llamada a remediar ese estado de cosas y habló de ello con algunas amigas. La mayoría de ellas eran terciarias franciscanas o jóvenes de la clase social de Ángela, con poco dinero y menos influencia, pero dispuestas a seguir generosamente a la santa.


    Ángela era de baja estatura, pero tenía todas las cualidades de un jefe y no carecía de belleza y encanto. Encabezadas por Ángela, las buenas mujeres empezaron a reunir a las niñas de la vecindad y a educarlas sistemáticamente. La obra, que había tenido comienzos tan humildes, prosperó rápidamente, y se invitó a Ángela a fundar, en Brescia, una escuela semejante. La santa aceptó y recibió cordial hospitalidad en la casa de un noble matrimonio al que había consolado en un momento de tribulación. Por medio de sus huéspedes, entró en contacto con las principales familias de Brescia y se convirtió en la inspiradora de un devoto círculo de hombres y mujeres. De cuando en cuando, hacía una peregrinación a algún santuario. Se hallaba en Mántua, a donde había ido para visitar la tumba de la beata Osanna, cuando aprovechó la oportunidad que se le ofreció para acompañar a Tierra Santa a una joven pariente. Antonio de Romanis, un mercader ya anciano, sufragó los gastos de Ángela. En Creta, la santa sufrió un ataque de ceguera. Sus compañeros le propusieron volver a Italia, pero ella se negó a hacerlo y visitó los Santos Lugares de Palestina con tanta devoción, como si los viese con los ojos del cuerpo. En el viaje de vuelta, cuando se hallaba orando exactamente en el mismo sitio en que había sido atacada por la enfermedad, recobró la vista.


    El Año Santo de 1525, Ángela fue a Roma para ganar la indulgencia del jubileo y tuvo el privilegio de obtener una audiencia privada con el Papa. Clemente VII hubiese querido que se quedara en Roma a dirigir una congregación de religiosas hospitalarias, pero la santa declinó respetuosamente el honor, por humildad y por fidelidad a su verdadera vocación. Volvió, pues, a Brescia. Sin embargo, tuvo que abandonar pronto la ciudad, porque, cuando las tropas de Carlos V estaban a punto de tomarla, pareció conveniente evacuar el mayor número posible de civiles. Ángela se trasladó a Cremona con algunas de sus amigas y allí permaneció, hasta que se firmó la paz. Los habitantes de Brescia la recibieron jubilosamente a su regreso, pues admiraban su caridad, su don de profecía y su santidad. Se cuenta que, poco después, mientras asistía a la misa, fue arrebatada en éxtasis y estuvo largo tiempo suspendida en el aire, a la vista de numerosos testigos.

    Algunos años antes, en Desenzano, santa Ángela había tenido una visión de un grupo de doncellas que subían al cielo por una escala luminosa y había oído una voz que le decía: «Ten buen ánimo, Ángela, porque antes de morir vas a fundar una compañía de doncellas como las que acabas de ver». Ahora había llegado el tiempo del cumplimiento de esa profecía. Según parece, hacia el año 1533 la santa empezó a formar a varias jóvenes selectas en una especie de noviciado informal. Doce de esas jóvenes se fueron a vivir con ella en una casa de las cercanías de la iglesia de Santa Afra, pero la mayor parte siguió en la casa de sus padres o de sus parientes. Dos años después, veintiocho jóvenes se consagraron al servicio de Dios. Ángela las puso bajo la protección de santa Ursula, la patrona de las universidades medievales, a la que el pueblo veneraba como guía del sexo femenino. Por ello, las hijas de santa Ángela han conservado hasta nuestros días el nombre de «Ursulinas». El 25 de noviembre de 1535 fue la fecha oficial de la fundación de la Orden de las Ursulinas. Sin embargo, en la época de la fundadora, se trataba más bien de una asociación piadosa, ya que sus miembros no llevaban hábito (aunque se les recomendaban los vestidos negros), no hacían votos y no vivían en comunidad. Las Ursulinas se reunían para la enseñanza y la oración, ejecutaban trabajos que se les encomendaban y procuraban llevar vida de perfección en la casa paterna. La idea de una orden femenina de enseñanza era tan nueva, que hacía falta tiempo para que la cristiandad se acostumbrase a ella.

    Sin embargo, pese a los cambios y modificaciones que han sufrido, las Ursulinas conservan, hasta el día de hoy, la finalidad para la que fueron creadas: la educación de las niñas, sobre todo de las niñas pobres. En las primeras elecciones, santa Ángela fue nombrada superiora y ejerció ese cargo durante los cinco últimos años de su vida. A principios de enero de 1540, cayó enferma y murió el 27 del mismo mes. En 1544, una bula de Paulo III confirmó la Compañía de Santa Ursula y la reconoció como congregación. La fundadora fue canonizada en 1807.


    Santa Angela Merici, virgen, que vistió primero el hábito de la Tercera Orden Regular de San Francisco y reunió a varias jóvenes para instruirlas en obras de caridad. Más tarde, instituyó una orden de mujeres llamada de Santa Úrsula, con la finalidad de vivir una vida de perfección en el mundo y enseñar los caminos del Señor a las adolescentes. Murió en Brescia, ciudad de Lombardia.

La fundadora de las Ursulinas, primera congregación femenina dedicada a la enseñanza, nació el 21 de marzo de 1470 o de 1474, en el pueblecito de Desenzano, a orillas del Lago de Garda, en Lombardía. Los padres de la santa, más piadosos que ricos, la educaron cristianamente. Ambos murieron cuando Ángela tenía diez años y dejaron a sus dos hijas y a su hijo al cuidado de un tío acomodado que vivía en Saló. Cuando Ángela tenía trece años, murió su hermana mayor, lo cual constituyó un rudo golpe; a la pena de verse separada de quien era para ella como una segunda madre, se añadía la incertidumbre acerca de su suerte eterna, ya que su hermana, una buena mujer, piadosa y de sólidos principios, no había podido recibir los últimos sacramentos. Ángela tuvo, por entonces, la primera de sus numerosas visiones, y en ella le fue revelado que su hermana se había salvado. Llena de gratitud, Ángela se consagró, con mayor ahinco que antes, al servicio de Dios y, poco después, tomó el hábito de terciaria franciscana. Llevaba una vida extremadamente austera. A imitación de san Francisco, no quería poseer nada, ni siquiera una cama y se alimentaba exclusivamente de pan, agua y algunas verduras. Ángela volvió a Desenzano después de la muerte de su tío, hacia los veintidós años de edad. En sus visitas a los vecinos, quedó sorprendida por la total ignorancia de los niños, a quienes sus padres no podían o no querían enseñar ni siquiera lo más elemental del catecismo. Poco a poco se sintió llamada a remediar ese estado de cosas y habló de ello con algunas amigas. La mayoría de ellas eran terciarias franciscanas o jóvenes de la clase social de Ángela, con poco dinero y menos influencia, pero dispuestas a seguir generosamente a la santa.

    Ángela era de baja estatura, pero tenía todas las cualidades de un jefe y no carecía de belleza y encanto. Encabezadas por Ángela, las buenas mujeres empezaron a reunir a las niñas de la vecindad y a educarlas sistemáticamente. La obra, que había tenido comienzos tan humildes, prosperó rápidamente, y se invitó a Ángela a fundar, en Brescia, una escuela semejante. La santa aceptó y recibió cordial hospitalidad en la casa de un noble matrimonio al que había consolado en un momento de tribulación. Por medio de sus huéspedes, entró en contacto con las principales familias de Brescia y se convirtió en la inspiradora de un devoto círculo de hombres y mujeres. De cuando en cuando, hacía una peregrinación a algún santuario. Se hallaba en Mántua, a donde había ido para visitar la tumba de la beata Osanna, cuando aprovechó la oportunidad que se le ofreció para acompañar a Tierra Santa a una joven pariente. Antonio de Romanis, un mercader ya anciano, sufragó los gastos de Ángela. En Creta, la santa sufrió un ataque de ceguera. Sus compañeros le propusieron volver a Italia, pero ella se negó a hacerlo y visitó los Santos Lugares de Palestina con tanta devoción, como si los viese con los ojos del cuerpo. En el viaje de vuelta, cuando se hallaba orando exactamente en el mismo sitio en que había sido atacada por la enfermedad, recobró la vista.

    El Año Santo de 1525, Ángela fue a Roma para ganar la indulgencia del jubileo y tuvo el privilegio de obtener una audiencia privada con el Papa. Clemente VII hubiese querido que se quedara en Roma a dirigir una congregación de religiosas hospitalarias, pero la santa declinó respetuosamente el honor, por humildad y por fidelidad a su verdadera vocación. Volvió, pues, a Brescia. Sin embargo, tuvo que abandonar pronto la ciudad, porque, cuando las tropas de Carlos V estaban a punto de tomarla, pareció conveniente evacuar el mayor número posible de civiles. Ángela se trasladó a Cremona con algunas de sus amigas y allí permaneció, hasta que se firmó la paz. Los habitantes de Brescia la recibieron jubilosamente a su regreso, pues admiraban su caridad, su don de profecía y su santidad. Se cuenta que, poco después, mientras asistía a la misa, fue arrebatada en éxtasis y estuvo largo tiempo suspendida en el aire, a la vista de numerosos testigos.

    Algunos años antes, en Desenzano, santa Ángela había tenido una visión de un grupo de doncellas que subían al cielo por una escala luminosa y había oído una voz que le decía: «Ten buen ánimo, Ángela, porque antes de morir vas a fundar una compañía de doncellas como las que acabas de ver». Ahora había llegado el tiempo del cumplimiento de esa profecía. Según parece, hacia el año 1533 la santa empezó a formar a varias jóvenes selectas en una especie de noviciado informal. Doce de esas jóvenes se fueron a vivir con ella en una casa de las cercanías de la iglesia de Santa Afra, pero la mayor parte siguió en la casa de sus padres o de sus parientes. Dos años después, veintiocho jóvenes se consagraron al servicio de Dios. Ángela las puso bajo la protección de santa Ursula, la patrona de las universidades medievales, a la que el pueblo veneraba como guía del sexo femenino. Por ello, las hijas de santa Ángela han conservado hasta nuestros días el nombre de «Ursulinas». El 25 de noviembre de 1535 fue la fecha oficial de la fundación de la Orden de las Ursulinas. Sin embargo, en la época de la fundadora, se trataba más bien de una asociación piadosa, ya que sus miembros no llevaban hábito (aunque se les recomendaban los vestidos negros), no hacían votos y no vivían en comunidad. Las Ursulinas se reunían para la enseñanza y la oración, ejecutaban trabajos que se les encomendaban y procuraban llevar vida de perfección en la casa paterna. La idea de una orden femenina de enseñanza era tan nueva, que hacía falta tiempo para que la cristiandad se acostumbrase a ella.

    Sin embargo, pese a los cambios y modificaciones que han sufrido, las Ursulinas conservan, hasta el día de hoy, la finalidad para la que fueron creadas: la educación de las niñas, sobre todo de las niñas pobres. En las primeras elecciones, santa Ángela fue nombrada superiora y ejerció ese cargo durante los cinco últimos años de su vida. A principios de enero de 1540, cayó enferma y murió el 27 del mismo mes. En 1544, una bula de Paulo III confirmó la Compañía de Santa Ursula y la reconoció como congregación. La fundadora fue canonizada en 1807.

Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI








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