San Bernardo (1091-1153) monje cisterciense y doctor de la Iglesia Sexto sermón sobre el Adviento
"La tierra entera estará llena de la majestad de Dios"
Hombre, no pongas obstáculos a tu reconciliación, sacarás de ella un peso mayor de gloria. Soporta con alegría, no solo con paciencia, las penas de la vida. No desprecies nada de lo que te puede procurar un día la gloria eterna. Di a ti mismo: cuando el Señor se habrá acordado de ti y habrá glorificado tu alma, ésta se acordará de tu cuerpo para tu propio bien. Delante de tu Señor, tu alma le hablará de tu cuerpo por su colaboración en el bien realizado. Dirás al Señor: “Se digne mi Señor de recompensar a este cuerpo el bien que me ha hecho: juntos, no nos hemos ahorrado ninguna pena...”
Entonces, el Dios de los Ejércitos, el Señor todopoderoso, el Rey de la gloria vendrá del cielo y transformará nuestro cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo (Flp 3,21) ¡Qué alegría inefable, cuando el creador del universo que quedó oculto bajo las apariencias de humildad cuando vino para rescatarnos, aparecerá en toda su gloria, en los aires, ante todos los hombres, para glorificar nuestro mísero cuerpo! ¿Quién se acordará entonces de la humildad de su primera venida, cuando lo veremos descender en su esplendor, precedido por los ángeles que harán levantar nuestros cuerpos del polvo, al son de la trompeta para presentarlos ante Cristo? (cf 1 Tes 4,16ss)...
Que se alegre, pues, nuestra alma y nuestro cuerpo repose en la esperanza (Sal 16,9) aguardando su transformación en el cuerpo glorioso de Cristo, nuestro Salvador. “Mi alma tiene sed de ti, Dios mío, mi carne te ansía de noche.” (cf. Sal 63,1ss) El profeta se refiere en su oración a la primera venida que le iba a rescatar. Pero se refería aún más ardientemente a la última venida cuando va a ser glorificado el cuerpo. Entonces, todos nuestros anhelos serán colmados: la tierra entera se llenará de la majestad de Dios. Que la misericordia de Dios nos conduzca a esta gloria. “Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, guardará nuestros corazones y nuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús”(cf Flp 4,7).

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