Concilio Vaticano II Constitución dogmática sobre la Iglesia, «Lumen Gentium», 3-5
«Proclamad que el Reino de los cielos está cerca»
Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo. Este comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado y están profetizados en las palabras de Cristo acerca de su muerte en la cruz: «Y yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré todos hacia mí»...
El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: «Porque el tiempo está cumplido y se acerca el reino de Dios». Ahora bien, este reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: quienes la oyen con fidelidad y se agregan a la pequeña grey de Cristo, ésos reciben el reino; la semilla va después germinando poco apoco y crece hasta el tiempo de la siega. Los milagros de Jesús, a su vez, confirman que el reino ya llegó a la tierra: «Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros». Pero, sobre todo, el reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien vino «a servir y a dar su vida para la redención de muchos».
Mas como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre. Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de este reino, Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansía unirse con su Rey en la gloria.
(Referencias bíblicas: Jn 19,34; Jn 12,32; Mc 1,15; Mt 4,17; Mc 4,14; Lc 12,32; Mc 4,26-29; Lc 11,20; Mc 10,45; Hch 2,36; Hb 5,6; Hch 2,33)
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