San Juan Crisóstomo (c. 345-407) presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia Alabanzas a San Pablo, 2 (in Lectures chrétiennes pour notre temps, Abbaye d'Orval, 1970)
"La grandeza del apóstol Pablo"
El apóstol Pablo ha mostrado más que nadie qué es el hombre, la nobleza de su naturaleza y de qué coraje es capaz este ser viviente.
Cada día Pablo daba todo lo que podía. En medio de los peligros que lo amenazaban, tenía una audacia siempre renovada, como lo atestiguan sus propias palabras “olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante” (Flp 3,13). Cuando siente llegar la muerte, invita a compartir su alegría, escribiendo a los filipenses: “También ustedes siéntanse dichosos y alégrense conmigo” (Flp 2,18). Entre peligros, injurias y oprobios, exulta, escribiendo a los cristianos de Corinto: “Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10). Para Pablo una sola cosa era a temer y a huir de ella: ofender a Dios. Sólo quería agradar a Dios. Muestra su amor ardiente por Cristo el hecho que ni siquiera lo atraen los bienes del cielo… (…)
Esa era su disposición cuando prefiere ser excluido de la gloria del cielo para salvar a los judíos que no ven la salvación (cf. Rom 9,3). Eso prueba la gran pena que le daba esa situación. Si esa situación hubiera sido menos dolorosa, no habría hecho tal pedido y hubiera considerado esa opción más tolerable y consoladora. No era una simple declaración de intención sino un verdadero grito del corazón. ¿A quién podemos comparar este hombre, que se aflige por el mundo entero?
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