"El que ama es habitado por Dios"
El que desea saber si Dios habita en él, ese Dios “admirable en sus santos” (cf. Sal 67,36), que con un examen sincero escrute su corazón profundo. Busque en él atentamente si con humildad resiste al orgullo, si con benevolencia combate a la envidia y en qué medida no se deja tomar por las lisonjas, alegrándose con el bien de los otros. Que escrute si no desea devolver mal por mal, si prefiere no vengar las injurias para no perder la imagen y semejanza con su Creador. Ese Creador que llama a todos los hombres a conocerlo por las bondades que prodiga, haciendo “llover sobre justos e injustos y brillar su sol sobre los buenos y los malvados” (Mt 4,45).
Para que esta búsqueda no se agote en un examen escrupuloso de múltiples puntos, que se pregunte si en los repliegues de su corazón se encuentra la madre de todas las virtudes: la caridad. Si encuentra su corazón tendido entero hacia el amor de Dios y del prójimo, hasta querer que sus enemigos reciban ellos también los bienes que desea para sí mismo, no puede dudar que Dios lo dirige y lo habita. Lo recibe tan magníficamente que no se glorifica en sí mismo, sino en el Señor (cf. 1 Cor 1,31).
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