«He venido a dar cumplimiento»
«Jesús subió a un monte; se le acercaron sus discípulos y les dijo: Antes pasarán el cielo y la tierra que falte una jota o una tilde de la Ley hasta que todo se cumpla.» El deseo de Dios de que cumplamos sus mandamientos es muy grande...
Un mandato, por suave que sea, se convierte en duro cuando lo impone un corazón tirano y cruel, pero se hace fácil cuando es el amor quien lo ordena...
Hay muchos que guardan los mandamientos como quien traga un medicamento, más por miedo a condenarse que por el gozo de vivir dando gusto al Salvador. Pero lo mismo que hay personas que por agradable que sea un medicamento lo toman con disgusto solamente por el nombre que tiene de medicamento, también hay almas que sienten horror a hacer lo que se les manda, únicamente por el hecho de que se les mande hacerlas.
Por el contrario, los corazones amantes aman los mandamientos y cuanto más difíciles, más dulces y agradables los encuentran porque complacen más al Amado y le dan más honor... El amante encuentra tanta suavidad en cumplirlos, que en nada encuentra más aliento que en la cruz, en la mortificación...
La ley del Salvador es una carga que alivia, que da descanso, que recrea los corazones que aman a su divina Majestad... Un trabajo, cuando va mezclado al santo amor, es más agradable al gusto que si fuera una pura dulzura.
El amor divino nos hace así conformes con la voluntad de Dios y nos hace observar exactamente sus mandamientos de modo que coinciden absolutamente con nuestros deseos. Convierte en nosotros esa necesidad de obedecer, que la ley nos impone en virtud de dilección, y torna en deleite toda dificultad.
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