“Verán al que ellos mismos traspasaron”
Un cierto viernes, cuando el día ya declinaba, contemplando la imagen del crucificado y emocionada ante esta vista, Gertrudis dijo al Señor: “Oh mi tierno Amante, cuánto has sufrido por mi salvación, en ese día derrochado por mi total infidelidad. Lo he pasado en tantas ocupaciones, que olvidé de rememorar con fervor, a lo largo de la jornada, que cada hora has sufrido por mí, oh mi Salvación eterna. Eres Vida de dónde viene toda vida, muerto por el amor de mi amor”.
El Señor, de lo alto de la cruz, le respondió: “Todo lo que has dejado de hacer, lo hago por ti y cada hora recogí en mi Corazón lo que tendrías que haber formado en el tuyo. Acumularlos ha dilatado tanto mi corazón, que con un gran deseo yo esperaba el momento en que se elevaría hacia mí tu oración, para ofrecer entonces a Dios mi Padre todo lo que hice por ti durante la jornada. Sin esta oración, nada podía servir a tu salvación”. Con esto, podemos ver lo que es el amor fiel de Dios por los hombres (…).
Otra vez que Gertrudis tenía entre las manos (…) la imagen de Cristo crucificado, comprendió que cualquier persona que contemplara la imagen de la cruz de Cristo con la atención de la piedad, el Señor la miraría con bondadosa misericordia. Como en un claro espejo, por efecto del divino amor, su alma recibirá esta exquisita imagen de su misericordia, alegría de la corte celeste. El Señor prepara para él una futura gloria eterna.
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