“Habrá un solo Rebaño y un solo Pastor”
Por el Espíritu Santo nació de una madre virgen. Por el mismo Espíritu fecunda a su Iglesia toda pura, para que con los nacidos por el Bautismo una multitud de hijos sean engendrados a Dios. Está escrito: “Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios” (Jn 1,13). Es en Dios que, con la adopción del mundo, la descendencia de Abraham es bendecida. El patriarca deviene “padre de las naciones” cuando los hijos de la promesa no nacen de la carne sino de la fe.
Sin exceptuar a ningún pueblo, el Señor hace un solo rebaño de ovejas santas, con todas las naciones que están bajo el cielo. Cada día cumple lo que había prometido: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor” (Jn 10,16).
Aunque dijo particularmente a Pedro “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17), es, sin embargo, porque como tal Dios lo toma a su cargo y apoya. A los que vienen a la Roca, Cristo, los alimenta en los pastizales y es por el único Señor que están bien nutridos. Innumerables ovejas, fortificadas con la abundancia de su amor, no dudan en morir por el nombre de su Pastor, lo mismo que el Buen Pastor ha querido dar su vida por sus ovejas.
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