San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Tratado sobre Jn 17,8 (S. Augustin et l’augustinisme, Seuil, 1955)
¡Ama y verás a Dios!
El Señor ha venido, doctor de la caridad, pleno de caridad. (…) Reflexionen conmigo, hermanos, acerca de la naturaleza de estos dos preceptos. Ellos no deben solamente venir a su espíritu cuando se los recordamos. Nos deben ser muy conocidos y nunca borrarse de nuestro corazón. Es nuestro deber.
Piensen sin cesar que tenemos que amar Dios, con todo el corazón, toda el alma, todo el espíritu, y a nuestro prójimo como a nosotros mismo. (…) El amor de Dios es el primero en el orden de los preceptos, pero el amor del prójimo es el primero en el orden de la realización. El que en dos preceptos te mandaba amar, no podía mandarte amar primero a tu prójimo y a Dios luego, sino a Dios y al prójimo al mismo tiempo.
Ya que todavía no ves a Dios, es amando al prójimo que podrás verlo. Al amar a tu prójimo, purificas tu ojo para ver a Dios. Es evidente para Juan “¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (1 Jn 4,20). Te decimos “Ama a Dios”. Si me dices “Muéstrame a quien debo amar”, te responderé con las palabras de Juan “Nadie ha visto jamás a Dios” (Jn 1,18). Sin embargo, no te creas extraño a la visión de Dios: “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1 Jn 4,16).
Ama al prójimo y considera que está dentro de ti la fuente del amor al prójimo. Ahí, tanto como sea posible, verás a Dios. (…) “Entonces despuntará tu luz como la aurora” (Is 58,8). Tu luz, es tu Dios, luz matinal que sucederá a la noche de este siglo. Él no se levanta ni se acuesta, ya que permanece eternamente.
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