«Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes almacenados; descansa...»
¿Por qué hay tanta gente en el mundo que no piensa, ni parece tener que hacer otra cosa, aquí abajo, que amasar riquezas, adquirir casa tras casa, prado tras prado, viña tras viña, tesoro tras tesoro?
A esa clase de gente es a la que le dice el profeta al oído: «Oh loco, ¿crees que el mundo ha sido hecho sólo para ti?.» Como diciendo ¿Piensas quedarte para siempre en este mundo y no estar en él sino para amasar bienes temporales? Ciertamente que no has sido creado para eso.
Bueno, dice la prudencia humana, ¿es que el cielo, la tierra y, consecuentemente, todo lo que hay en ella, no se han hecho para el hombre? Y ¿no quiso Dios que nos sirviéramos de ellos? Es cierto que Dios ha creado el mundo para el hombre, con la intención de que use todos los bienes terrenos, pero no que los disfrute como si fueran su último fin.
Creó el mundo antes de crear al hombre; pues quiso prepararle un palacio, una morada para habitar, después le declaró dueño de todo lo que hay aquí abajo, permitiéndole servirse de ello, pero no de tal forma que no tuviera ya otro objetivo, pues le había creado para un fin mucho más alto que el hombre mismo.
Hay mucha diferencia entre usar las riquezas y apegarse a ellas: usar de ellas, según su estado y condición, es una cosa permitida cuando se hace como se debe; pero convertirlas en ídolos es condenación.
En resumen, hay mucha diferencia entre ver y admirar las cosas de este mundo y querer gozar de ellas como si en ello estribara nuestra felicidad.
Hay personas espirituales que tienen un apego tan grande a lo que poseen y que gozan tanto en contemplar lo que tienen, que es casi una especie de idolatría.
Las hay que se aferran a lo que es suyo y por nada del mundo quisieran soltarlo. Y hay algunos pocos que dejan enteramente lo que poseen.
Por eso, tener y guardar dentro de la vida religiosa es la tara más grande que podemos encontrar. ¿Por qué? Porque la avaricia es precisamente todo lo contrario a la profesión religiosa.
Hay personas espirituales que tienen un apego tan grande a lo que poseen y que gozan tanto en contemplar lo que tienen, que es casi una especie de idolatría.
Las hay que se aferran a lo que es suyo y por nada del mundo quisieran soltarlo. Y hay algunos pocos que dejan enteramente lo que poseen.
Por eso, tener y guardar dentro de la vida religiosa es la tara más grande que podemos encontrar. ¿Por qué? Porque la avaricia es precisamente todo lo contrario a la profesión religiosa.
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