San Beda el Venerable, monje benedictino, doctor de la Iglesia Homilía: Concebir espiritualmente. Homilía sobre S. Lucas; L. IV, 49.
«Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»
«Dichosa la madre que te engendró y los pechos que te amamantaron». Grande es la devoción y grande es la fe que expresan estas palabras de la mujer del evangelio. Mientras que los escribas y fariseos blasfeman y ponen a prueba al Señor, esta mujer reconoce, delante de todos, su encarnación con una lealtad tal y le confiesa con tanta seguridad, que llega a hacer que queden confundidos la calumnia de sus contemporáneos y la falsa fe de los futuros herejes. Los contemporáneos de Jesús negaban que fuera verdaderamente hijo de Dios, consubstancial al Padre, con lo cual hacían agravio a la obra del Espíritu Santo. Después, a lo largo del tiempo, también han existido hombres que han negado que María siempre virgen, diera, por obra del Espíritu Santo, la substancia de su carne al Hijo de Dios que había de nacer con un verdadero cuerpo humano; negaron que fuera verdaderamente Hijo del hombre, de la misma naturaleza que su madre. Mas el apóstol Pablo desmiente esta opinión cuando dice que Jesús es «nacido de mujer, sujeto a la ley» (Gal 4,4). Porque, concebido en el seno de la Virgen, ha sacado su carne no de la nada, ni de otra parte, sino del cuerpo de su madre. Si no fuera así no sería correcto llamarle verdaderamente Hijo del hombre…
Verdaderamente dichosa madre que, según expresión del poeta, «dio a luz al Rey que gobierna cielos y tierra por los siglos de los siglos. Ella tiene el gozo de la maternidad y el honor de la virginidad. Antes que ella no ha habido mujer semejante, y no se verá otra después de ella» (Sedulius). Y, sin embargo, el Señor añade: «Son aún más dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». El Salvador confirma magníficamente el testimonio de esta mujer, pues no tan sólo declara dichosa a aquella a quien se le ha concedido dar a luz corporalmente al Verbo de Dios, sino también dichosos todos aquellos que procurarán concebir espiritualmente al mismo Verbo al permanecer atentos a la fe y, teniéndole presente y practicando el bien, darán a luz y alimentarán su corazón y el de otros.
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