San Francisco de Sales Sermón: Lo que hace ineficaz el poder de Dios Febrero de 1622, X, 223
«Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos le preguntaron:
¿con qué poder haces estas cosas?»
La fe de la cananea nunca hubiera sido tan grande si ella no hubiera prestado atención a lo que oía decir de nuestro Señor. Los que le seguían o vivían cerca de donde él habitaba, habían visto y habían oído hablar de las maravillas y milagros que obraba y por los cuales confirmaba la doctrina que enseñaba.
Tenían fe como la cananea y como ella creían en lo que se decía de Él, pero su fe no era tan grande como la de esa mujer, porque no le habían dedicado tanta atención como ella.
Esto lo vemos corrientemente entre la gente del mundo. Unas cuantas personas están en una reunión en la que se tiene una conversación sobre cosas buenas y santas: un avaricioso oirá bien lo que allí se dice, pero si luego le preguntáis de qué se ha hablado, no sabrá transmitiros ni una palabra.
¿Por qué?, porque no ha estado atento a lo que se hablaba, su atención estaba donde su tesoro. ¿Un sensual?: le sucede lo mismo; parece que escucha lo que se dice pero tampoco se acordará de nada porque está en sus pensamientos y no en lo que se dice. Pero el que ponga toda su atención en escuchar bien lo que se trata, ¡oh! ese os dirá bien la conversación.
¿Por qué se saca tan poco provecho de las predicaciones y de los misterios que se nos enseñan y explican o en los que meditamos? Porque la fe con que los escuchamos o meditamos no es una fe atenta; de ahí viene el que creamos, pero sin una gran seguridad. La fe de la cananea no era así: «¡Oh, mujer, qué grande es tu fe!.» Y no sólo por la atención con que escuchas y crees lo que dice nuestro Señor, sino por la atención que pones al pedirle y presentar tu ruego.
No hay duda de que la atención que ponemos en comprender los misterios de nuestra religión y la que ponemos al meditarlos y contemplarlos, nos aumenta mucho la fe.
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