¡Qué nuestra alma sea siempre una casa de oración!
Esto nos indica el respeto infinito que debemos tener por cualquier
Iglesia y capilla; con qué recogimiento y respeto es necesario estar allí; y
si este recogimiento era obligatorio antiguamente, cuánto más necesario lo
es ahora, que Nuestro Señor vive en nuestro Tabernáculo...
La palabra de Nuestro Señor nos dice además otra cosa; ella se aplica
a nuestra alma: nuestra alma también es una casa de oración; la oración
debe elevarse sin interrupción hacia el Cielo, como el humo del incienso, y
¡cuántas veces, ¡ay!, las distracciones, los pensamientos de la tierra, los
que no son para la mayor gloria de Dios, aun los malos pensamientos, la
ocupan, la llenan de ruido, de dudas y manchas y la hacen una cueva de
ladrones! Esforcémonos con todas nuestras potencias, hagamos que
nuestra mente esté siempre ocupada en Dios y en aquello que Él nos
encarga hacer en su servicio; y aun haciendo lo que nos encarga, echemos
una mirada hacia Él, sin jamás despegar el corazón de ninguna manera y
los ojos lo menos posible, no atando éstos a nuestras ocupaciones en tanto
que sea necesario y nuestro corazón de ninguna manera; que Dios sea el
Rey de nuestros pensamientos, el Señor de nuestras ideas, que su pensamiento no desaparezca, y que todo lo que a Él digamos, hagamos,
pensemos, sea para Él, sea dirigido por su Amor.
Acordémonos de la
expresión «dama de mis pensamientos» y que así nuestra alma sea siempre
una casa de oración, nunca una caverna de ladrones. Que nada extraño
tenga acceso; que ninguna cosa profana entre, ni aun de pasada. Que ella
se ocupe sin cesar de su Bienamado... Cuando se ama no se pierde de vista
lo que se ama...
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